De manera regular, explicó la ESA, el Sol sigue un ciclo de 11 años de actividad, durante 2018, alcanzó su mínimo solar, lo cual se vio reflejado en pocas regiones activas, las cuales aparecen más brillantes en las fotografías.
Una forma de evaluar el nivel de actividad es mediante el conteo de manchas solares (puntos oscuros) o a través del registro de la potencia de las fulguraciones.
La erupción más energética de 2018, de acuerdo con la ESA, se registró el 7 de febrero en una región situada en las latitudes centrales del hemisferio oriental del Sol.
Con base en el sistema que divide las fulguraciones solares según su fuerza, dicho evento fue clasificado como “C-8.1”. La clase más baja se denomina A, le siguen las B, C, M y X. Cada una implica una emisión de energía 10 veces mayor que la anterior.
Las clasificaciones M y X, junto con las eyecciones de masa coronal que expulsan al espacio nubes de material solar considerable, pueden generar emisiones de radiación que, de apuntar de manera directa a la Tierra, podrían crear tormentas geomagnéticas.
Dichos eventos interrumpirían los sistemas de comunicaciones y redes eléctricas, así como de provocar daños en los satélites. Por ello, es importante el continuo monitoreo del Sol, para mitigar los efectos de la meteorología espacial.
Las regiones activas pueden prolongarse durante días e incluso meses, y se puede observar cómo rotan y atraviesan la cara del Sol de forma repetida.