Su sombrío cálculo supone además un giro sorprendente en las tesis del autor de varios libros sobre China, a quienes incluso los medios estatales en Pekín reconocen como uno de los principales conocedores del país.
"No descartaría la posibilidad de que (el jefe de Estado y partido) Xi Jinping sea derrocado por una lucha de poder o incluso en un golpe de Estado", señala el analista en un artículo para el diario estadounidense "The Wall Street Journal".
Y es que el "desconsiderado" líder ha puesto al país ante una prueba de fuego: con la represión de voces críticas y la campaña contra la corrupción, ha puesto en su contra a importantes fuerzas en el partido, el Estado, el Ejército y en el mundo empresarial, asegura el experto.
Su análisis ha desatado la polémica en China precisamente durante la sesión anual del Congreso del Pueblo que se extiende hasta el próximo domingo en Pekín. Al comienzo, fueron destituidos un número récord de 39 diputados acusados de corrupción, lo que ha provocado miedo entre los políticos chinos.
"Quien esté limpio no tiene nada que temer", destaca el delegado Chen Guanghui, de Anhui, en el Gran Salón del Pueblo. "Les puede afectar a todos" advierte sin embargo un alto dirigente del Congreso, que prefiere quedar en el anonimato.
"La cuestión no es solamente a quién se investiga, sino quién puede caer con él", señala un funcionario del Ministerio de Exteriores haciendo referencia al sistema chino que funciona a través de "Guanxi", es decir, relaciones.
Un miembro de una familia influyente china asegura que todo ello no afecta sólo a "tigres" y "moscas" -políticos de alto rango y simples funcionarios- sino también a las "arañas", quienes han tejido esas grandes redes de relaciones. "Xi está poniendo orden".
La lucha contra las cúpulas corruptas es sin embargo popular, pues garantiza la lealtad y el control férreo del partido, y es símbolo de la fortaleza y debilidad al mismo tiempo, porque saca a la luz las intrigas de la cúpula.
Y es que dos años después de la llegada al poder del nuevo presidente, parece que la lucha de poder no está decidida aún, sino más bien todo lo contrario, se hace cada vez más dura.
Con su actuación contra el aparato de la seguridad y el Ejército, Xi Jinping se ha ganado poderosos enemigos: destituyó al ex jefe de la seguridad Zhou Yongkang, miembro de la comisión permanente del politburó y al vicejefe de la comisión militar, el general Xu Caihou. Y con él a una docena de generales, una acción sin precedentes en la historia de China.
El nuevo presidente quizá presiente el peligro: "El Ejército y el aparato de seguridad podrían constituir una amenaza para él", señala el analista crítico Zhang Lifan. "Así, está limpiando los dos sistemas hasta que se sienta seguro". Pero también el partido presenta resistencias: "La resistencia dentro del sistema es enorme y será aún mayor con el tiempo".
Los problemas ya se avistaron en la sesión del Comité Central el pasado octubre, como reveló el jefe de Estado y Partido hace algunas semanas. Algunos participantes se reunieron en secreto, "se crearon pandillas y fracciones e incluso se difundieron rumores", denunció Xi Jinping en un comentario desacostumbradamente abierto.
No es casual que desde entonces propague una "dirección estricta y amplia del partido" como centro de su nueva doctrina de los "cuatro principios".
La estabilidad política se ha visto además cuestionada por el débil crecimiento de la economía china. La implementación de las reformas anunciadas que deben liberalizar los mercados se hacen esperar. Y mientras, Xi Jinping utiliza recursos propios de la revolución para reforzar su posición, como un culto a su persona del que no hicieron uso sus predecesores y que recuerda más bien al del mismo Mao.
Más activistas civiles que nunca han sido encarcelados y también sus abogados: en lugar de "liberar el pensamiento", como había pedido el gran reformista Deng Xiaoping, en las universidades se libra una lucha contra los "valores occidentales", olvidando que el mismo Karl Marx era extranjero.
La mano dura en estos momentos parece más bien "un signo de debilidad", considera un embajador occidental. "El sistema político en sí es un obstáculo para las reformas". (DPA)