Shanghái, que ya es la capital financiera y comercial de China y cuenta con el puerto mercante más activo del mundo, se dota así desde hoy de un área donde experimentará, formalmente ya fuera de las fronteras chinas, qué ocurre si permite el libre cambio del yuan o deja los tipos de interés bancario en manos del mercado.
Tras una ceremonia a la que asistió el ministro chino de Comercio, Gao Hucheng, junto al secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) en Shanghái, Han Zheng, la nueva zona empezó a operar hoy como tal, para lo que tendrá normas especiales distintas a las del resto del país, al menos hasta 2016.
La idea del Gobierno chino es que durante esos primeros tres años la zona sirva para poner a prueba reformas económicas y un sistema de regulaciones que le permita llevar a cabo más pasos de apertura con éxito, por lo que en 2016 se evaluará su funcionamiento, explicó Dai Haibo, subsecretario general del Gobierno de Shanghái.
Según Dai, también subdirector del Comité Administrativo de la Zona Piloto de Libre Comercio de Shanghái, en el nombre oficial que el área toma desde hoy, cuando pasen esos tres años, hacia octubre de 2016, China decidirá lo que hacer a continuación, aunque en principio se espera que se dé lugar a otra nueva tanda de reformas.
La zona funcionará como "un campo experimental para ensayar reformas económicas" y promover un mayor desarrollo, a través del comercio internacional, que facilite la expansión del crecimiento chino a todo el país, declaró en su apertura Gao.
Para hacer todo esto posible, las normas nacionales y locales que regulan la inversión extranjera en Shanghái serán suspendidas dentro de la zona de libre comercio durante al menos tres años, a partir del martes, 1 de octubre, simbólicamente Día Nacional de China, tras lo cual se evaluará si continuar con más reformas en la zona.
Un primer grupo de 25 empresas chinas y extrajeras recibió esta mañana su permiso oficial para instalarse en la nueva zona.
Este "mini-Hong Kong" en las afueras de Shanghái, como le ha llamado la propia prensa hongkonguesa, será la primera zona de este tipo en territorio continental chino bajo el Convenio de Kioto, y competirá con otras zonas similares asiáticas, como la de la ex colonia británica, la surcoreana Busán o la propia Singapur.
Su creación, anunciada por sorpresa en julio, aprobada en agosto y puesta en práctica desde hoy, en apenas tres meses, sólo se explica porque nace con instalaciones logísticas ya existentes, y porque se trata de un proyecto defendido como una necesidad por el nuevo Gobierno chino, aunque afrontó una fuerte oposición interna.
El propio primer ministro, Li Keqiang, cuyo Ejecutivo tomó posesión en marzo, arriesgó todo su capital político por hacer posible la nueva zona, a pesar de la fuerte resistencia que encontró entre los propios organismos económicos chinos, como sus reguladores del mercado de valores y del sector bancario.
Esto parece indicar la determinación del nuevo Gobierno por hacer reformas económicas y dar pasos en la apertura del mercado chino difíciles de imaginar durante la década anterior.
Li parece querer demostrar con Shanghái cómo su plan económico puede salvar a China de un aterrizaje forzoso, tras tres décadas de rápido crecimiento continuado.
Su receta económica (no a los estímulos ni a la inyección de capital desde Pekín, como se hizo ante el inicio de la crisis internacional, en 2008, y reformas estructurales para la apertura del mercado) puede suponer ahora una ventana de apertura, en Shanghái, para la inversión extranjera en sectores antes vedados.
Los bancos extranjeros podrán abrir filiales controladas completamente por ellos dentro de los límites de la zona franca, al igual que las operadoras de telecomunicaciones, mientras que los mercados internacionales de materias primas, como la Bolsa de Metales de Londres, podrán tener allí sus propios almacenes.
De ahí la fuerte oposición de los reguladores, aunque Li parece pretender sobre todo estimular la economía china interviniendo menos desde el Estado y facilitando más la inversión extranjera.
Algunos analistas señalan que Li y el presidente Xi Jinping están condenados a reformar el sistema económico chino, ante el riesgo de un frenazo repentino de su crecimiento de las últimas décadas, que podría extenderse como un descontento social poco deseable para la estabilidad del Partido Comunista (PCCh) al frente del país.
Todo mientras ese crecimiento chino tiende a ralentizarse por la caída de sus exportaciones, por lo que Pekín quiere evolucionar hacia una economía más orientada a los servicios y más movida por el consumo, mientras trata de que el yuan, hoy la novena divisa más usada del planeta, llegue a serlo tanto como el euro y el dólar.
De ahí el proyecto oficial de que Shanghái sea uno de los principales centros financieros y comerciales del planeta en 2020, con una influencia mundial comparable a la de Londres o Nueva York, aunque eso sólo será posible con un sistema financiero y jurídico abierto y transparente capaz de competir con ellas.
Queda por ver ahora hasta qué punto será capaz Pekín de soltar las riendas de su crecimiento en la nueva zona, como para que Shanghái logre de verdad ese lugar en la economía mundial. (EFE)