“Comprendí que tenía que escribir en la lengua zapoteca, porque me interesaba mucho que la gente importante para mí, como son los viejos, los que me enseñaron la lengua, pudieran leer o tener acceso a lo que yo escribo”, expresó la autora en una entrevista realizada por la Secretaría de Cultura y difundida por el Centro Cultural Tijuana (Cecut).
Toledo, quien presentará su libro este viernes en la sala Federico Campbell del Cecut, se enfrentó a las cifras que demuestran que el zapoteco tendrá cada día menos hablantes y por ello asumió el reto de escribir en dos lenguas, porque además, de esta manera puede llegar a dos almas, dos pensamientos y es una doble posibilidad creativa y de vida.
Para Natalia Toledo su libro es un registro de lo que todavía somos, de lo que todavía queda la cultura materna, pero también de las pasiones, los sueños, los anhelos de cada quien, sobre todo de la poesía.
Explicó que su poemario es una mirada muy femenina, es el recorrido que tuvo que hacer al salir de Juchitán para vivir en la Ciudad de México, las tradiciones que tuvo que dejar atrás para poder emprender su camino, las travesías que debe enfrentar una mujer que es vista como un objeto.
La autora también compartió los retos a los que se enfrentó al traducir su poesía al zapoteco, “no todo fluye cómo quisieras. Por ejemplo, el zapoteco no tiene géneros, entonces tienes que construir una sintaxis, que tiene que ver poco con el español. Pero lo bueno de que tú mismo te traduzcas es que sabes ir a esa barriga donde te escarbas y sacar esas palabras que están en el zapoteco y ponerlas en el español”.
Lo que sí se pierde, casi definitivamente, lamentó, es la sintonía del zapoteco, “esa música que es única, que parece que estamos cantando cuando hablamos. Los tonos, esa musicalidad, es una riqueza sonora que es como cuando escuchas música de otros pueblos no sabes bien de lo que habla, pero te emociona; es la palabra, es el canto, y eso cuando se lee en público aflora”.
La primera parte del poemario habla de El matriarcado según San Vicente, patrono de Juchitán, y simboliza al primer hombre. “Es una mirada muy femenina, el recorrido de una mujer de un lugar de Juchitán y las cosas que tenía que vivir según mi tradición y de las cosas que me salté porque me vine a vivir a la Ciudad de México, y pude tener una mirada amorosa, pero también crítica de ellas”, concluyó.