Esa mujer mayor, asmática, desfondada, sola tras 45 años de trabajo, es Doña Olga, La Mami, a la que la directora española Laura Herrero conoció por casualidad, y gracias a su pasión por la salsa.
"Fui con unos amigos a bailar al club y cuando fui a los lavabos me impresionó esta mujer que cuidaba de las baños, que te daba el papel cortadito, medido, y a la que las chicas que iban llegando le pedían consejos, no solo de cómo les quedaba la ropa o si las pestañas estaban en su sitio, sino cosas personales", cuenta Herrero en una entrevista con Efe.
Nacida en la ciudad española de Toledo (centro) hace 35 años, Laura Herrero vivió ocho años en México, donde estudió cine y se unió al colectivo de cineastas Emergenciamx; ha realizado más de una veintena de cortos documentales y su ópera prima de largo documental "El Remolino" ganó la edición de 2017 de Documentamadrid.
Ahora presenta en el Festival de Málaga (sur de España) su segundo documental, a concurso en esta vigésimo tercera edición.
"Ella no cobra del club, sino que es la responsable de que funcionen los váteres, por eso, corta el agua y ella misma se encarga de echar lo suficiente para que todo esté limpio pero que no se atasque con las mil cosas que tiran las clientas, que además, desperdician el papel", explica Herrero, que recuerda "lo mal que está" el alcantarillado de Ciudad de México.
Todo tan sorprendente, tan curioso, que la española se zambulló en esas noches de salsa y descubrió un mundo de sororidad de emergencia, de complicidad competitiva, de casualidades dolorosas, como la maternidad en soledad o la falta de recursos y de esperanzas.
Las chicas que retrata Laura, las "ficheras", eran multitud en los prósperos años 50 cuando en las principales ciudades de México se pusieron de moda los cabarets; "había más de doscientos. Las chicas atendían a los clientes a través de fichas que compraban ellos, o bien para un baile, o para un rato de compañía".
La película se va contando a través de la intimidad de los momentos en los que las chicas se maquillan para salir a la pista de baile; son mujeres jóvenes, mayores, gordas, flacas, altas, bajas... todas madres solteras, todas viviendo un futuro incierto.
"Ese momento es superimportante, es cuando se ponen 'la máscara', cuando se transforman en el personaje del nombre que han elegido. Hay algo en ese proceso de transformación que las veo como guerreras, poniéndose capas, preparándose para bajar a la batalla".
Y añade que "no son putas, no les gusta que se les llame trabajadoras sexuales, sino trabajadoras sociales, el suyo es un oficio que, a diferencia de la prostitución, tiene que ver con el amor, con los celos, la tensión, el romance...", agrega Herrero.
Cuando La Mami le autorizó a grabar el trajín de aquel baño, Herrero ni pensó que tendría la suerte de que uno de esos días aparecería una "chica" nueva: Carmen, Priscila para los clientes, que necesitaba dinero para pagar el tratamiento de cáncer de su hijo de 22 años ingresado en el hospital local, un episodio que acaba con bien y que, en el documental, la madre califica de "milagro".
Lo que no sabe es que los espectadores hemos estado viendo a La Mami esparciendo incienso para limpiar el lugar y rezando a la Santa Muerte para que proteja a sus chicas, y las mantenga, a ellas y a sus familias, vivas y sanas.
"En México, a la virgen de Guadalupe se le piden las cosas moralmente bien vistas, pero a la Santa Muerte le piden 'lo otro', porque ella no tiene moral, no te juzga. Es a quien se le pide un cliente, por ejemplo, y todas la llevan colgada del cuello, o tatuada. Lo esotérico, lo religioso, le da un poco de sentido al caos de la noche, que es tan intenso", resume la directora.
Para Herrero, sólo hay otro eje quizá más importante: la música de esta película "profundamente femenina" en la que los hombres solo aparecen en la voz de los cantantes, especialmente en los boleros como "Llorarás", "Callejera" o "Bonita", que la directora insertó porque es el favorito de La Mami.