En el caso del Mundial de Fútbol que se celebra en Brasil ha llamado la atención a nivel internacional, en particular de la propia FIFA, los gritos homofóbicos que la afición mexicana expresa con fuerza en los partidos de la selección mexicana. Dichas expresiones homofóbicas no forman parte de una práctica cotidiana inofensiva de nuestra sociedad en sus diferentes espacios públicos.
Decir que su uso es una costumbre o tradición, que es independiente de quienes dirigen este deporte, o que con el pago del boleto se puede tener cualquier conducta en el estadio al amparo de una libertad de expresión mal entendida como ilimitada, además de erróneo es irresponsable, y no contribuye al respeto de los derechos humanos y de la dignidad de las personas.
El grito de “puto” es expresión de desprecio, de rechazo. No es descripción ni expresión neutra; es calificación negativa, es estigma, es minusvaloración. Homologa la condición homosexual con cobardía, con equívoco, es una forma de equiparar a los rivales con las mujeres, una forma de ridiculizarlas en un espacio deportivo que siempre se ha concebido como casi exclusivamente masculino. El sentido con el que se da este grito colectivo en los estadios no es inocuo; refleja la homofobia, el machismo y la misoginia que privan aún en nuestra sociedad.
Bajo recurrentes insultos y gritos, algunas “porras” o “barras” utilizan burda e impunemente un lenguaje y simbolismos cargados de estigmas y prejuicios contra la diversidad por tono de piel, nacionalidad, apariencia y preferencia sexual. Las expresiones racistas, clasistas, xenofóbicas, machistas y homofóbicas buscan descalificar, intimidar, negar, reducir y anular a sus rivales, equipos, entrenadores, afición o árbitros. Son incluso utilizados estratégicamente dentro de la cancha para tratar de desequilibrar, desconcentrar y sacar de balance a jugadores del equipo contrario.
Los Estatutos de la FIFA, que deben observar todas las asociaciones y sus respectivos miembros, en su artículo 3 indica: “Está prohibida la discriminación de cualquier país, individuo o grupo de personas por su origen étnico, sexo, lenguaje, religión, política o por cualquier otra razón, y es punible con suspensión o exclusión”.
Ante ello lo responsable no es asumir la penalización –dando el mensaje de que en tanto que no importa violar los estatutos, lo mejor es pagar el costo económico—, sino tener una postura clara y firme en favor de la competencia deportiva y no en la descalificación del contrario.
El mundial de fútbol es entretenimiento, deporte, negocio, pero ante todo es competencia entre naciones que permite que se desarrollen las capacidades y de los equipos y de la afición. Y ello, sin duda, puede contribuir al desarrollo social y no debe abonar a la división, ni a la expansión y fortalecimiento de prejuicios multiplicados exponencialmente a través de los medios de comunicación. Ese resultado puede lograrse si se suman en un mensaje claro las directivas, los equipos, los medios de comunicación y la afición en favor de una sociedad de derechos.
El fútbol se gana con goles, no con discriminación.