Hijo del escritor y cazador Miguel Delibes, el biólogo, de 77 años, ha publicado "Gracias a la vida. La naturaleza indispensable", un libro que le llevaba rondando veinte años, precisamente por una discusión con su padre en la que éste -"hombre sensible y preocupado por la naturaleza", según su hijo- le dijo que la progresiva desaparición de las especies era "un asunto triste pero no grave".
Delibes de Castro escribió este libro con la intención no tanto de alarmar como para "ilustrar; no tanto para convencer del todo como para proporcionar argumentos que hagan pensar de cuántas formas diferentes la naturaleza silvestre contribuye a nuestro bienestar", algo que hace mediante diez capítulos dedicados a los que menos figuran en los libros sobre naturaleza: Hongos, lombrices, escarabajos, fitoplacton, murciélagos y malas hierbas.
Se centra en estas especies que suelen pasar desapercibidas "para provocar un cierto choque; el capítulo sobre los murciélagos lo escribí durante la pandemia, cuando estaban en la picota, pero ellos controlan las poblaciones de otras especies, como hacen las golondrinas aunque no sean tan bonitos".
Deterioro de hábitats
Las amenazas a la biodiversidad son "muchas y difusas", aunque, señala, "en todos los inventarios de especies amenazadas las que aparecen peor situadas son las especies de agua dulce por la utilización masiva de agua dulce y la transformación de ríos en embalses, la contaminación y la desecación de cauces por regadíos suponen una transformación del medio muy exacerbada"
"Pérdidas de hábitats en España se producen en la costa, muchos invertebrados típicos de dunas y de bordes de playas se pierden porque son hábitats muy deteriorados, mientras que las especies más grandes mueren atropelladas en carretera porque tienen pocos sitios para vivir", dice para añadir a estas circunstancias el aumento de la contaminación y un mar cada vez más ácido.
Para evitar el deterioro de los hábitats, que considera la principal amenaza de la biodiversidad, habría que cambiar el sistema de vida: "Somos ocho mil millones de personas en el mundo, consumimos mucho y contaminamos mucho, y eso se traduce en que desaparecen los insectos muy de prisa y las cosechas se quedan sin polinizadores".
"El remedio pasa por cambiar nuestra manera de vivir y eso no es un remedio a corto plazo; aunque vamos avanzando y la sensibilidad es ahora mayor que hace treinta años, y se plantean leyes como la de la Regeneración de la Naturaleza de la UE; hay una tendencia positiva, aunque todo pasa por intentar ser más felices teniendo menos cosas y consumiendo menos".
No obstante, el biólogo huye del catastrofismo -aunque hace el inciso de que ese tono funcionó en el caso del lince, cuando ante la alarma por su extinción las autoridades reaccionaron-, y opta por mostrar "hasta qué extremo dependemos de la naturaleza; e intentado provocar asombro, fascinación: Gracias a las lombrices que fabrican suelo tenemos cosas para comer".
"Es importante que la gente sepa que gracias a los escarabajos tenemos chirimoyas", pone como ejemplo de lo importante que es la labor de difusión
Animalismo radical antibiológico
Sobre determinadas demandas animalistas, como la que ralentiza la erradicación de las cotorras invasoras, lamenta que "hay un conflicto muy serio con cierto animalismo radical que es antibiológico, antievolucionista y muy poco ecológico; las cotorras se deben erradicar lo antes posible y los gatos no pueden estar sueltos en los parques de las ciudades y mucho menos alimentados para que se mantengan".
Estos animalistas, señala, "aspiran a eliminar la depredación porque las presas sufren; esto es una barbaridad, es antiobiológico porque, además, las presas que ahora pueden pasar miedo luego pasarían enfermedades, plagas, sobrepoblación y desnutrición, con lo cual acabarían sufriendo más".
Durante ocho años Delibes dirigió la Estación Biológica de Doñana, un espacio natural del sur de España que ha cambiado mucho, y pone un sólo ejemplo: El año pasado, aunque fuera un año especialmente cálido, la temperatura media de Doñana todo el año superó los 19 grados y cuando él llegó a Andalucía (sur), hace cincuenta años, esa temperatura superaba por poco los 16 grados.
Sobre si alguna vez tuvo que pedir disculpas por tener un padre cazador, señala que en absoluto, y siempre recuerda que él mismo fue cazador hasta que con 25 años llegó a Andalucía: "Me apasionaba la caza, salía con mi padre, con mi tío, con mis hermanos; pero lo dejé porque no era buen cazador y me distraía con otras cosas... si dejas la escopeta en el suelo y te pones a mirar una madriguera de zorro, el conejo se escapa; por distraerme mi padre me riñó una vez, y entonces lo dejé".