Entre ellos están los voluntarios de la Fundación Rewilding que trabajan en los Esteros del Iberá (Argentina), el segundo humedal más grande del mundo, que dejaron todo para combatir en el terreno el daño del ser humano al planeta.
Francisco Galleguillos, 'Galle', es profesor de Educación Física y está cerca de graduarse como guía turístico. Dejó Buenos Aires para vivir en el interior profundo de la provincia de Corrientes, en el noreste del país, a más de 1.000 kilómetros de "la selva de cemento".
Allí, la fundación pone en práctica su fórmula de reintroducción de especies, entre ellas los yaguaretés, extintos hace 70 años en esta zona por la caza furtiva o pérdida del hábitat. Actualmente, unos 21 felinos rondan los Esteros, pero podrían ser hasta 100 en condiciones ideales.
El joven cuida a ejemplares en cautiverio y a sus crías, que serán liberadas una vez "estén listas". Para atender a EFE, deja de lado sus guantes, un par de pinzas y un balde repleto de trozos de carne.
"A los que están en cautiverio les damos pedazos de carne y a los silvestres (sus crías), presas vivas, que ingresamos al corral para que cacen. Es necesario acostumbrar su instinto y que sigan desenvolviéndose de esa manera en la naturaleza", explica.
Llegada la madurez serán libres, pero de momento, deberán contentarse en corrales de hasta 30 hectáreas cubiertas -con árboles, pastizales, arbustos, enredaderas y todo tipo de flora- con lonas impermeables a los costados para evitar el contacto humano.
Para él, ese cachorro de yaguareté, maduro y listo para su liberación, supone sentirte realizado: "Uno empieza a creer que es posible el cambio. Hay esperanza, paso a paso".
Mientras, la coordinadora de conservación del Centro de Reintroducción del Yaguareté, Magalí Longo, evalúa el comportamiento de los felinos en monitores conectados a cámaras trampa en la base.
Para ella, el desastre ecológico tiene vuelta atrás: "En un contexto ambiental deprimente, quedarse de brazos cruzados no sirve para nada. Por más que no haya futuro, es necesario intentarlo".
Ella nació y se crió en Arroyo Seco, una ciudad pequeña cerca de Rosario (provincia de Santa Fe). De pequeña conectó con la tierra gracias a su abuelo, que le legó su interés por la naturaleza.
Transformó el dolor que causan las consecuencias documentadas del hombre en un "objetivo de vida" y se unió como voluntaria, tras licenciarse en Recursos Naturales. "Siempre vamos sin miedo a fallar, porque uno aprende. La pasión por el medioambiente es necesaria para que el mundo esté más sano", reafirma.
Los proyectos de reintroducción de especies son relativamente nuevos y únicos a nivel internacional. El manejo es activo y adaptativo, no existe un manual, pero se va "inventando y creando protocolos sobre la marcha".
Al atardecer, resta alimentar al equivalente acuático del yaguareté: las nutrias gigantes, extintas hace 80 años. Una pareja y con dos cachorros fueron trasladados desde Europa; su cuidador llegó desde Carolina del Norte (este de Estados Unidos).
El biólogo Rudi Boekschoten carga con cubetas de pescado, principal alimento de estos ruidosos 'perros de agua'. Vela por la salud de las nutrias y aguarda el día que pueda liberar a las crías nacidas en cautividad.
Llegó a Argentina porque los mayores proyectos de conservación natural están fuera de su país. Creció admirando el paisaje montañoso del sur norteamericano e intenta decir a EFE -entre chillidos ensordecedores- que las nutrias están "contentas de verle".
"Todo este trabajo es necesario porque hemos hecho mierda el mundo. Donde vivo había lobos grises, pumas y hasta bisontes, todos extintos por el hombre. Cada animal tenía un rol en el ecosistema, que cambió cuando los hicieron desaparecer", enfatiza.
"Es deber con la humanidad", una necesidad de "arreglar y deshacer el daño", agrega. Para ambientalistas como ellos, esta es una jornada más en su agenda: es recordar que el combate a la crisis climática se brinda a diario.