El trabajo, que publica la revista Science Advances, describe las primeras mediciones de benceno y tolueno en los océanos polares e indica que estos compuestos tienen un origen biológico, en contra de lo que se pensaba hasta ahora, que su presencia en el aire marino polar era una prueba del alcance de la contaminación humana procedente de la combustión de carbón y petróleo o del uso de disolventes, entre otros.
El estudio, en el que han colaborado el Instituto de Química Física Rocasolano (IQFR-CSIC) y el Plymouth Marine Laboratory (PML), recuerda la importancia de las nubes, que filtran la radiación solar, para comprender los cambios climáticos del pasado y del futuro.
"Si no acertamos con las nubes, no acertaremos con el clima", ha destacado el investigador del ICM-CSIC y autor principal del estudio, Charel Wohl, que ha reconocido que apenas se está empezando "a desvelar los múltiples ingredientes que forman las semillas de las nubes".
La única manera de saber cómo se regulaba la composición atmosférica antes de los profundos cambios generados por la actividad humana en la era industrial es estudiar aquellas regiones en las que el aire permanece aún limpio, como es el caso de las zonas polares.
Para elaborar este estudio, los científicos midieron las concentraciones de benceno y tolueno en el agua superficial y en el aire durante dos campañas oceanográficas: una en el Ártico y otra en el océano Austral.
La distribución de estos gases, su relación con la cantidad de fitoplancton y el hecho de que el océano los emitiera constantemente a la atmósfera en lugar de captarlos de esta, llevaron a los investigadores a la conclusión de que tenían un origen biológico.
Luego, al incorporar los datos a un modelo global de química atmosférica y clima, advirtieron que el benceno y el tolueno emitidos por el océano contribuían significativamente a la producción de aerosoles.
Esto ocurría sobre todo en la atmósfera extremadamente limpia y no contaminada del océano Austral: donde estos dos gases aumentaban la cantidad de aerosoles orgánicos en un 8 % y hasta un 80 % en situaciones transitorias.
Según los autores del trabajo, lo más probable es que el efecto natural del benceno y el tolueno marinos sobre la química atmosférica fuera un fenómeno generalizado y global antes de la Revolución Industrial, pero ahora estaría enmascarado por el impacto generalizado de la contaminación.
Según el investigador del IQFR-CSIC Alfonso Saiz-López, "los modelos climáticos tendrán que considerar las emisiones de benceno y tolueno de los océanos si quieren acertar con las nubes en las proyecciones climáticas tanto del pasado como del futuro".
Por su parte, el investigador del ICM-CSIC y coautor del estudio Rafel Simó ha concluido que "este es otro ejemplo de cómo millones de años de evolución han moldeado las interacciones entre el océano y la atmósfera, de tal manera que la vida oceánica no solo se ha adaptado al clima, sino que ha contribuido a regularlo".
En el futuro, el equipo ahondará en el estudio del impacto de la vida microscópica del océano en la atmósfera y para ello, el próximo mes de febrero se desplazarán de nuevo hasta las aguas antárticas para confirmar el hallazgo y hacer más mediciones.