El ébola traumatiza a los niños: "Monstruos vestidos de astronauta"

El llanto de un bebé resuena en el centro de tratamiento de ébola en Guéckédou, una pequeña ciudad en el sureste de Guinea. Segundos después entra un doctor en la sala, que de pies a cabeza va vestido con el traje protector. Toma al pequeño en brazos. Lo acuna e intenta acariciar al recién nacido de apenas dos semanas. Intenta calmarlo todo lo mejor que puede a través de las capas de plástico de su traje.

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El virus del ébola ha causado la muerte en África Occidental a miles de personas. Tanto el padre como la madre del bebé se han infectado. También el pequeño está presentando síntomas, pero todavía falta saber el resultado de las pruebas realizadas. Separado de sus padres tiene que luchar solo por sobrevivir.

Muchas personas en Guinea denominan al ébola una "enfermedad maligna", no sólo porque la mayoría de infectados muere, sino también porque el virus destroza las relaciones entre las personas.

Si ya de por sí el paso por un hospital es para un niño una experiencia que infunde miedo, el ingreso en un centro de tratamiento del ébola puede convertirse en un trauma: El contacto con el mundo exterior es sólo a través de médicos ataviados con trajes protectores. No hay contacto físico, mirar a la cara a través de unas enormes gafas, así como máscaras de dos capas, tan sólo dificultan la comunicación.

"Los niños lloran mucho. A ellos les da miedo ver cómo se les acerca gente vestida con trajes de astronauta. No lo entienden", dice Ibrahim Bah del hospital Donka, en Conakry. "Jugamos con ellos e intentamos hacerles reír, para que entiendan que no somos unos monstruos".

En los centros de ébola en Guinea, instalados de forma provisional en tiendas de campaña, no hay aire acondicionado. En la región, la temperatura media es de 29 grados. El calor y la humedad hacen que los médicos no puedan pasar más de 90 minutos dentro de estos trajes y el personal tiene que estar continuamente relevándose. Eso dificulta aún más el poder entablar una relación con los niños.

"Intentamos continuamente hacer algo creativo para superarlo", señala la española Julia García, que trabaja para Médicos Sin Fronteras en Guéckédou. Cada vez que empieza su turno, establece contacto visual con los niños que están lo suficientemente fuertes como para pasear por la zona de visitas del centro de tratamiento. Acuerda una señal para que la reconozcan a pesar del traje. "A veces les canto canciones, pero es complicado respirar debajo de la máscara", relata García.

La Organización Mundial de la salud ha registrado hasta el 23 de octubre 1,550 casos de ébola en Guinea. Se desconoce cuántos de ellos son niños. Pero lo que sí es seguro es que los bebés son los que menos posibilidades tienen de sobrevivir. Su sistema inmune es mucho más débil que el de los adultos.

Rosaline Koundiano es la excepción. Tiene 12 años y es de Guéckédou. Ha sido una de los primeros niños que ha sobrevivido al actual brote de la contagiosa enfermedad. Se contagió cuando en febrero ayudó a cuidar a su abuela enferma. Durante varios días lavó el vómito y la sangre, la ropa de cama de la anciana. Poco después de su entierro, Rosaline y su madre comenzaron a sentirse mal.

En el centro de tratamiento, al final la niña resultó ser la más fuerte de las dos. "Yo le llevaba a mi madre agua para lavarse. Me aseguré que ella comiese mejor. La acompañé a un pequeño paseo de la mano, para que pudiera ver el cielo", recuerda la delgada muchacha de voz suave.

Un mes después las dos estaban curadas, pero en este tiempo han perdido a diez familiares por el ébola. Cuando Rosaline llegó a casa, estaba destrozada. Los amigos y los vecinos la evitaban. De poco sirvió el certificado que demuestra que está libre del virus. Tuvieron que pasar semanas para que volviera a jugar con los amigos.

Según Unicef, el ébola afecta directamente, ya sea desde el punto de vista médico o psíquico, a al menos 5,000 niños en Guinea. "El ébola ha empeorado la extremadamente difícil situación que afrontan los niños en Guinea. Resulta duro contemplar esto", señala la trabajadora de Unicef Fassou Isidore Lama.

Cerca de 1,000 niños han perdido a uno a los dos padres por el ébola. El temor de contagio significa para muchos, incluso los que dan negativo en la prueba, que se les va a abandonar.

En ese caso se encuentra la pequeña Yawa, una dulce niña de 18 meses de grandes ojos. Hace dos meses llegó con su madre al centro de ébola en in Guéckédou. Como su madre se contagió y la pequeña estaba sana, las separaron. Yawa fue llevada a la guardería junto al hospital, donde supervivientes del ébola cuidan de ella, pues como la madre murió, el padre, por temor a contagiarse, la ha rechazado.

Un equipo de psicólogos intenta desde hace semanas convencer a la familia de que puede hacerse cargo de la niña. Pero ese proceso transcurre lentamente. "Esto es una catástrofe humanitaria", dice Lama. (DPA)