En un comunicado hoy, el expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter señaló que la ejecución de Davis demuestra que la aplicación de la pena de muerte es "injusta y anticuada".
"Si uno de nuestros conciudadanos puede ser ejecutado cuando hay tantas dudas acerca de su culpabilidad, el sistema de la pena de muerte en nuestro país es injusto y anticuado", indicó Carter en un comunicado.
Desde Bruselas, la Unión Europea lamentó la ejecución y llamó a la comunidad internacional a aprobar una moratoria global a la pena capital como paso previo a su plena abolición en el mundo.
En Francia, un portavoz del Ministerio de Exteriores indicó que "deploramos fuertemente que las numerosas peticiones de clemencia no hayan sido escuchadas" y recordó que su país se opone a la pena capital, sin importar dónde y bajo qué circunstancias porque "todo error judicial es irreversible".
Davis, de 42 años y raza negra, fue condenado en 1991 por el homicidio en 1989 del policía Mark MacPhail, en Savannah. Las pruebas balísticas usadas en su contra son hoy de dudosa credibilidad, y siete de los nueve individuos que testificaron en su contra acabaron cambiando sus declaraciones.
El caso suscitó una intensa movilización internacional y solicitudes de clemencia de personalidades desde Carter al papa Benedicto XVI, además de un millón de firmantes de peticiones alrededor del planeta.
Pero ni los llamamientos del exterior ni las protestas de los grupos de derechos civiles y las vigilias de opositores a la pena capital en Estados Unidos lograron convencer a los tribunales de Georgia o conmover al Tribunal Supremo del país.
Poco antes de la medianoche en la prisión Diagnostic de Jackson, en Georgia, los verdugos ataron a Davis a una camilla y le inyectaron una mezcla letal.
Cuatro horas antes en Huntsville, Texas, verdugos habían puesto fin a la vida de Lawrence Brewer, un blanco de 44 años, miembro de un grupo racista condenado por el asesinato en 1988 de James Byrd, un hombre negro de 49 años.
Según una encuesta de la firma Gallup, el apoyo público a la pena de muerte para los homicidas y asesinos ha disminuido en Estados Unidos del 76 por ciento en 1991 al 65 por ciento el año pasado. La oposición a la pena capital ha aumentado del 18 por ciento al 31 por ciento en el mismo período.
Pero esa oposición sigue siendo una minoría.
Salvo delitos federales, la casi totalidad de las 3,250 personas que esperan su cita con los verdugos y de las 1,269 ejecutadas desde el restablecimiento de la pena de muerte en 1976 fueron juzgados y condenados por delitos en cada estado.
Actualmente, 34 de los 50 estados del país cuentan con la pena de muerte y aunque varios de ellos han suspendido las ejecuciones, entre sus residentes el respaldo a ese castigo es firme.
En un reciente debate televisado, el gobernador de Texas, Rick Perry, ganó dos salvas de aplausos y ovaciones entre la audiencia en el Centro Presidencial Ronald Reagan cuando se hizo mención al hecho de que bajo su gestión ese estado ha ejecutado 234 personas.
Y aunque los estadounidenses oyen las quejas internacionales, el debate en este país, cuando surge periódicamente, se centra menos en la abolición o no de esta condena que en las dudas sobre la culpabilidad de un condenado en particular.
Las dudas sobre la "justicia" en la pena de muerte se han extendido en la última década y media, cuando nuevas técnicas forenses han demostrado la inocencia de por lo menos 138 condenados a la ejecución.
Pero los partidarios de la pena de muerte argumentan que su aplicación cierra un capítulo doloroso para los familiares y seres queridos de la víctima del ejecutado.
Anneliese MacPHail, de 77 años y madre del policía asesinado en Savannah, fue una de los testigos que el martes argumentaron una vez más ante el Comité de Prisiones y Libertad Condicional de Georgia en favor de la ejecución de Davis.
La hermana de Davis, Martina, replicó por su parte en declaraciones a la cadena de radio NPR que "la muerte de Troy no confortará a la familia MacPhail. Nunca van a alcanzar la justicia porque el asesino no fue Troy".