En una sala de la Americas Society, en el norte de Manhattan, descansan los "útiles sonoros" de Joaquín Orellana, instrumentos musicales que parecen de otro planeta pero que salieron de la extraordinaria imaginación del artista guatemalteco que, fascinado con la música electrónica en los años 60, y empujado por la falta de tecnología en su país, se lanzó a reproducir esos sonidos.