Túneles secretos bajo la catedral de Morelia ¿Leyenda o realidad?

Se cuenta que bajo las calles de Morelia existen una serie de galerías subterráneas que conectan a la ciudad y desembocan en los lugares más insospechados.

Se trata de una leyenda que ha corrido de boca en boca durante generaciones y que, finalmente, será refutada o confirmada por un grupo de “cazadores profesionales de túneles y fracturas”, conformado por investigadores del Instituto de Geofísica (IGeF) de la UNAM que, desde hace 15 años, se dedican a detectar oquedades bajo tierra con el único fin de evaluar zonas de riesgo en áreas urbanas.

Este equipo, encabezado por el doctor René Chávez Segura, se trasladó desde CU a la capital michoacana para determinar, de una vez por todas, si hay pasadizos secretos bajo el ícono más importante para los morelianos: la Catedral, pues aunque por mucho tiempo se ha contado que, durante la Colonia, los miembros del clero solían utilizar estos pasadizos como medio de escape, para almacenar alimentos y guardar objetos de valor, o simplemente como accesos secretos a otros edificios, en realidad nadie sabe a ciencia cierta si estos lugares existieron o no.

“Ya habíamos ido antes, en 2006, a realizar una exploración con georadar, pero los resultados no fueron tan concluyentes como esperábamos; por eso, cuando nos ofrecieron regresar tres años después, y sabiendo que en esta ocasión contábamos con una tecnología mucho más avanzada y también con más experiencia, aceptamos la encomienda”, comentó Chávez Segura.

En busca de la Morelia soterrada

Historias como la de “mi abuelo encontró la entrada a un túnel debajo de su casa, lo recorrió y no encontró salida sino hasta la punta de un cerro”, o la de “me contaron de un pasadizo bajo tierra que conduce de una iglesia a otra”, eran muy comunes entre los morelianos, pero ninguno pasaba de eso, de relatos salpicados de ficción.

Sin embargo, fue en los años 70 cuando aquellas historias dieron visos de ser verdad, pues cuando se realizaban trabajos en la antigua iglesia del Carmen, se descubrió por accidente una serie de galerías subterráneas que demostraron que aquello que se tenía por mito quizá era una realidad.

Más tarde, en 1998, un diario de Michoacán publicó un anuncio en el que invitaba a todo aquel que hubiera recorrido uno de estos túneles —o que supiera de alguien que lo hubiera hecho— a dar su testimonio; la respuesta fue abrumadora, pues en apenas un par de días, se recibieron casi un centenar de respuestas.

Con base en los datos proporcionados por los lectores, se elaboró un plano con los posibles puntos de entrada y salida de estos pasadizos y, a partir de ahí, se hicieron excavaciones en el segundo patio de la Preparatoria 2, donde se halló un tramo subterráneo que desembocaba en el Jardín de la iglesia de San José.

Con todas estas evidencias, la asociación Morelia Patrimonio de la Humanidad decidió que era tiempo de desenterrar el pasado de la capital michoacana y poner en claro si alguna vez hubo pasajes secretos debajo del ícono más importante del lugar: la Catedral, ¿pero cómo hacerlo sin dañar este edificio que, más que un lugar de culto, representa a la ciudad misma?

Tras analizar todas las opciones, éstas se redujeron a una: era preciso llamar a los especialistas del Instituto de Geofísica, es decir, al doctor René Chávez y sus colaboradores, un equipo que no necesita más tarjeta de presentación que su amplia experiencia en este tipo de trabajos.

Enfrentando nuevos retos

René Chávez Segura y sus compañeros (Andrés Tejero Andrade, Gerardo Cifuentes Nava, Claudia Arango Galván y Esteban Hernández Quintero) han trabajado en los lugares más extraños: en reclusorios de alta seguridad; en colonias donde la tierra se ha tragado más de una casa, e incluso en pequeños lagos que, debido a una grieta, se han quedado sin agua súbitamente; sin embargo, nunca lo habían hecho en una catedral.

La principal complicación era que, por tratarse de un edificio protegido tanto por el INAH como por las autoridades locales, resultaba imposible escarbar, hacer perforaciones o alterar en lo más mínimo la estructura del lugar.

La tarea no se antojaba fácil, pero los científicos decidieron que lo más adecuado era tomar una “radiografía” del subsuelo y, para lograrlo, se valdrían de tres técnicas: una capacitiva y otra galvánica, para así obtener una imagen bidimensional, y finalmente, una en tercera dimensión que permitiría determinar, finalmente, si en la iglesia hay “secretos enterrados que buscan salir a la luz”.

Desde que se construyó, allá por 1660, hasta el día de hoy, la catedral ha sufrido muchos cambios, tantos que los científicos debieron cotejar diversos planos y sobreponerlos para entender cuál era el diseño original y determinar dónde hubo muros, cimientos, naves y espacios que antes solían estar ahí, pero que desaparecieron, porque a fin de cuentas, 350 años no pasan en vano.

Incendios, modificaciones e incluso caprichos sacerdotales hicieron que la iglesia se transformara a tal grado que, a decir de uno de los historiadores de la ciudad, “si un feligrés de épocas de la Colonia viajara al futuro y se paseara por el mismo templo al que asistió tantas veces, difícilmente adivinaría que se trata del mismo lugar”.

Entonces, si resulta tan difícil ubicar aquellos lugares señalados en planos antiguos, ¿cómo ubicar aquellos sitios que los religiosos protegieron con un “voto de silencio”, como los túneles, y además hacerlo sin siquiera tocar un edificio considerado patrimonio de la humanidad?

Como los cirujanos, que para no intervenir innecesariamente a su paciente antes echan mano de los rayos X, este equipo de geofísicos decidió hacer algo parecido con el suelo bajo la catedral, pues para tomar “radiografías”, ¿quién mejor que los doctores? No importa si se trata de un doctor en medicina o un doctor en geofísica.

“Radiografía” de una catedral

Para tomar una “radiografía” del suelo bajo la catedral, los rayos X resultan inútiles, se necesita algo más, sobre todo si, como René Chávez y su equipo, lo que se busca es una representación en tercera dimensión de lo que hay bajo tierra.

Lo que hizo el equipo fue echar mano de la tomografía de resistividad eléctrica —técnica que consiste en dos métodos, uno capacitivo y otro galvánico, para, a partir de los resultados obtenidos, crear una imagen bidimensional.

Este recurso, por más laborioso que suene, ha sido clave a la hora de concretar hallazgos tan sorprendentes como el de templos de la antigua Roma ocultos bajo el suelo de iglesias católicas en España.

Al realizar ambas mediciones, lo que obtuvieron los científicos fue una serie de gráficas que, mediante manchones rojos, amarillos y azules, indicaban que en el subsuelo había restos sólidos, saturaciones de agua, criptas y formaciones circulares que podrían indicar la entrada a un túnel, aunque también podrían ser otra cosa…

Para resolver este enigma, era preciso obtener una imagen en tercera dimensión de lo que yace bajo la catedral moreliana, algo que parecía no ofrecer mayor complicación, pues se trataba de un procedimiento que el equipo de Chávez Segura ya había realizado antes.

Sin embargo, para llevarlo a cabo, los métodos convencionales dictan que es necesario perforar el suelo, lo que de ninguna manera podía hacerse en la catedral, así que el doctor Andrés Tejero propuso algo diferente: “¿Qué tal si diseñamos un sistema totalmente nuevo para iluminar todo aquello que se oculta bajo el oscuro suelo del templo?”.

La idea del profesor Tejero era simple, pero arriesgada, colocar una serie de electrodos alrededor de la Catedral formando una enorme letra L.

En un principio, y con un poco de miedo de que los cálculos no funcionaran, los investigadores echaron a andar las computadoras, pero el temor resultó infundado, pues lo que vieron en el monitor los sorprendió: en la pantalla se apreciaban cuatro formaciones cilíndricas y alargadas que parecían ser túneles.

“El que mejor se veía era el de la cara este, ubicado justo en la zona que diseñó el arquitecto original. Eso nos hace pensar que deben ser galerías creadas por el hombre, pues las paredes se ven muy rectas”, explicó Tejero Andrade.

Al respecto, René Chávez añadió: “Lo que vimos tenía una geometría espectacular. El doctor Tejero y yo hemos trabajado en la detección de oquedades artificiales, como las de Álvaro Obregón, y aunque aquellas fueron hechas por el hombre, no tienen nada que ver con las de Morelia, éstas tienen un grado de sofisticación mucho mayor”.

Resultados que sorprenden

Con estos datos en mano, los científicos dieron a conocer a la asociación Morelia Patrimonio de la Humanidad que habían encontrado lo que podrían ser túneles. La noticia fue recibida con tal júbilo, que el patronato ya piensa realizar excavaciones para constatar si, efectivamente, estas galerías se encuentran ahí.

La finalidad de esta empresa, además de recuperar el pasado michoacano, es reacondicionar muchos de estos sitios y hacerlos transitables para así echar a andar un programa llamado Morelia Soterrada, que a la larga, podría convertirse en uno de los mayores atractivos de la ciudad.

Por el momento, la asociación considera realizar trabajos, como el efectuado por los universitarios, en otros edificios, así como publicar una memoria que recupere tanto las leyendas populares como la crónica de los investigadores del Instituto de Geofísica durante su visita a la catedral.

“Estoy seguro de que cuando caven bajo la iglesia, los incrédulos corroborarán que debajo de la catedral hay túneles”, aseguró el profesor Andrés Tejero.

“Yo siempre he sido más escéptico; prefiero esperar a que las excavaciones nos digan qué es lo que hay escondido… Ya veremos, ya veremos”, replicó el profesor Chávez.

Quince años a la caza de túneles

“Aunque lo nuestro es la geofísica, para nosotros todo inició con la arqueología, cuando nos invitaron buscar túneles bajo los suelos de Teotihuacan. Eso nos abrió nuevos panoramas y nos permitió comenzar a jugar con nuestros equipos y, sobre todo, con distintos métodos”, recordó René Chávez.

Y ese fue el detonante de lo que vendría después: jugar, pues tras experimentar de forma lúdica con diversos equipos y métodos, los científicos aprendieron cómo hacer detecciones cada vez más precisas a nivel superficial, pues originalmente ellos se dedicaban a la exploración geofísica, pero aplicada a la prospección de petróleo.

“El cambio no fue fácil, porque no es lo mismo ubicar cosas a dos kilómetros de profundidad que a dos metros, pues aunque ambos trabajos se parecen, las escalas son muy diferentes”.

Con el paso del tiempo, el equipo del doctor Chávez ha ido cobrando fama, lo que lo ha llevado a lugares tan insólitos como al interior del Reclusorio Oriente, donde laboró rodeado de presos de alta peligrosidad; a mudar su centro de trabajo a colonias que prácticamente flotaban sobre terrenos minados, e incluso a indagar qué ocurrió aquel día que, de súbito, el lago de Chapultepec se quedó sin agua, dejando en el suelo a peces rojos que se convulsionaban al tiempo que boqueaban en busca de aunque fuera un poco de oxígeno.

“Hemos estado en todos lados y hemos visto lo que nadie imagina, ¿Y a dónde nos llevara este trabajo en el futuro? Eso es algo que no podemos imaginar”, concluyó.