A Wardlow, un hombre blanco de 45 años, lo declararon muerto a las 18:52 hora local (23:52 GMT) tras recibir una inyección letal en la prisión de Huntsville -cercana a Houston-, según notificó del Departamento de Justicia Criminal de Texas.
Antes de recibir la inyección, el reo declinó su derecho a pronunciar unas últimas palabras.
Wardlow fue ejecutado por asesinar en junio de 1993 en Cason (una población de menos de 200 habitantes en el este de Texas) durante el robo de una camioneta a Carl Cole, un anciano de 82 años, al que mató de un disparo en la frente.
Warldow, que tenía 18 años, y su entonces pareja -Tonya Fulfer-, querían la camioneta para escapar de los ambientes familiares abusivos en los que habían crecido en la Texas rural para trasladarse a Montana, en la otra punta del país.
Sus planes se trucaron días después, cuando fueron detenidos en Dakota del Sur.
Fulfer llegó a un acuerdo con los fiscales, fue condenada a 18 años de cárcel y quedó en libertad en 2009, mientras que Wardlow recibió la pena capital.
La defensa de Wardlow durante la última fase de su proceso trató sin éxito de cuestionar la norma que permite imponer la pena de muerte a partir de los 18 años, argumentando que a esa edad aún no se es plenamente consciente de los actos.
El Tribunal Supremo de EE.UU. prohibió en 2005 la pena de muerte para menores de 18 años, pero muchos consideran que la edad debería elevarse a 21.
Texas, el estado con más ejecuciones en EE.UU. reinició así la aplicación de la pena de muerte tras cinco meses de parón causado por la pandemia durante los cuales ha pospuesto la cita con la muerte de seis condenados.
Paradójicamente, el estado sureño es ahora uno de los principales focos de la pandemia en Estados Unidos, con miles de nuevos casos diarios.
Wardlow fue el tercer preso ejecutado este año en Texas y séptimo en todo el país. Desde que el Tribunal Supremo restituyó la pena de muerte hace cuatro décadas, 1.519 presos han sido ejecutados en Estados Unidos, 570 de ellos en Texas.