Al material volcánico depositado en extensos campos que hasta hace unos días eran verdes, se suma la contaminación de los ríos de la zona, lo que afectó la población de peces en los cursos de agua de la Región de Los Lagos.
La diferencia es notoria. Unos kilómetros antes de llegar a la localidad de Ensenada, epicentro del desastre volcánico, las praderas tienen un color verde intenso y las vacas pastan como todos los días.
La dirección que tuvo la columna de ceniza y material volcánico se puede apreciar con claridad en los campos y en un área de cerca de un kilómetro, donde se traza una especie de frontera entre la vida normal y el desastre que dejó el Calbuco.
Lo primero que aparece rumbo a Ensenada es algo de material volcánico a la orilla del camino que une esa localidad con Puerto Varas, una especie de arena de color café que no llama la atención hasta que su cantidad aumenta en forma notoria unos metros más allá.
Las máquinas dispuestas por el gobierno y los funcionarios del Ejército ya despejaron la mayoría de los caminos y sólo se aprecian montículos de material que serán llevados en camiones a un botadero.
Más allá del camino, el panorama es otro. Marcelo Véliz, “nacido y criado en Ensenada”, lamenta la pérdida de su campo de 40 hectáreas, el cual quedó sepultado por al menos 40 centímetros de un material volcánico plomizo.
“Acá cayó este material ardiendo, quemó toda la vegetación y se acumuló como 40 centímetros. Primero uno lo podía mover con facilidad con el pie, pero ahora, con el paso de los días y la lluvia, se formó una especie de costra que cuesta sacar”, testimonió.
Véliz comentó que “yo tenía sembrado acá y lo perdí todo, cerca de 500 millones de pesos (unos 820 mil dólares) en pérdidas. Ahora voy a comprar dos camiones y con mi retroexcavadora voy a sacar todo el material para ‘dar vuelta’ la tierra y volver a sembrar”.
El micro-empresario cree que tardará en la limpieza un mes por hectárea, antes de comenzar un lento proceso de recuperación de la tierra, todo eso si es que el Calbuco no vuelve a hacer erupción y arruina el trabajo.
Unos kilómetros más hacia el este, y por detrás del volcán, dos cursos de agua se juntan a metros del camino entre Ensenada y la localidad de Cochamó, pero son como el agua y el aceite.
Uno de los cursos, claramente, proviene desde el mismo macizo ya que el agua presenta un color plomo y una consistencia viscosa, a lo cual se unen sus orillas teñidas de material volcánico que cayó en al menos tres oportunidades.
En segundo curso de agua, en tanto, registra un color verdoso, con una extraña turbiedad, lo que afecta a los peces que viven en el cauce, entre ellos salmones de criaderos cercanos y otros más que viven en algunos cursos de agua de la región.
Varios peces intentan remontar el río por la orilla, pero es imposible. Una y otra vez terminan al medio de éste por la fuerza de la corriente y son arrastrados metros más abajo. Saltan e incluso pareciera que pelean su posibilidad de vivir, pero es imposible.
Al menos dos ejemplares de gran tamaño se encuentran este domingo muertos en la orilla. La gente ni siquiera piensa en bajar a recogerlos y llevarlos a sus casas porque sabe que deben estar contaminados con material volcánico.
Los esfuerzos de los peces por sobrevivir son estériles y vuelven una y otra vez al lugar de partida, bajo un puente, quizás hasta que se agoten sus fuerzas y sean arrastrados hacia la orilla o al vecino curso de agua viscoso que los llevará a su agonía.
Estos son parte de los daños ambientales que dejan las erupciones del Calbuco del 22, 23 y 30 de abril pasado, los cuales tardarán meses o años en superarse.
Todo dependerá de la recuperación de la naturaleza y de la actividad del volcán, la cual podría extenderse por un tiempo indeterminado, según expertos.