El país ya está sumergido en esta transformación sin importar quién gane la segunda vuelta (ballotage) del 22 de noviembre, en la que se enfrentarán el oficialista Daniel Scioli y el opositor Mauricio Macri.
Los cambios y reacomodos de las fuerzas políticas comenzaron la noche del 25 de octubre, en cuanto se dieron a conocer los primeros resultados de una jornada electoral que deparó múltiples sorpresas.
La más importante fue la inesperada victoria de la opositora María Eugenia Vidal, quien se erigió como la nueva gobernadora de la provincia de Buenos Aires, el distrito electoral más importante del país que desde hacía 28 años estaba controlado por el peronismo.
Nadie apostó por el triunfo de Vidal, una joven dirigente de 42 años y actual vicejefa de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, candidata de la alianza Cambiemos, dominada por el PRO, y en la que participan otras fuerzas políticas tradicionales como la Unión Cívica Radical.
El PRO nació hace sólo 13 años como un partido alineado a la derecha, pero ahora se niega a asumir una identidad política por considerar que las “etiquetas” ideológicas no responden a la política moderna del siglo XXI.
Con tan poco tiempo en la vida pública argentina, esta fuerza se metió de lleno en el escenario de poder que históricamente estuvo dividido por el Partido Justicialista (PJ, peronista) y la Unión Cívica Radical (UCR), cuando dominaba un bipartidismo que no existe más.
La derrota del candidato peronista y jefe de gabinete, Aníbal Fernández, en la provincia de Buenos Aires, cimbró al PJ y evidenció las peleas internas que provocaron una caída cuyo efecto todavía no ha terminado.
Con candidatos en su mayoría alejados de las estructuras partidarias tradicionales, Cambiemos también desplazó a un puñado de intendentes, conocidos como los “barones” del “conurbano”, de la zona metropolitana de Buenos Aires, considerada su territorio casi feudal.
Uno de ellos, por ejemplo, era Hugo Curto, quien recién ahora perdió la intendencia de la localidad Tres de Febrero, que controlaba desde hace 24 años.
La renovación de intendentes de la alianza Cambiemos oscila desde el mediático chef Martiniano Molina, hasta Carlos Arroyo, un dirigente conocido por su xenofobia, racismo y discriminación que ahora gobernará la ciudad costera de Mar del Plata.
El derrumbe del peronismo será aún más profundo si el candidato presidencial de Cambiemos, el empresario Mauricio Macri, le gana la segunda vuelta al oficialista Daniel Scioli.
Aunque Macri cuenta con el apoyo de dirigentes estratégicos del peronismo, como el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, la mayoría del PJ adhiere a Scioli, el candidato que eligió de manera directa la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
El fin del bipartidismo que durante décadas ostentaron el PJ y la UCR se refleja también en el reparto de poder de las provincias, ya que 14 serán gobernadas por el oficialista Frente para la Victoria, la agrupación kirchnerista que se alberga en el peronismo.
La oposición gobernará las 11 provincias restantes, pero bajo las siglas del radicalismo, la alianza Cambiemos, el Frente Una Nueva Argentina, el socialismo y fuerzas netamente locales.