De las personas que fueron retratadas en la fotografía, sólo él vive aún. Con un año de vida, su hijo Emile se convirtió en el "paciente cero", la primera víctima del peor brote de ébola conocido en la historia. Desde entonces, miles de personas murieron como consecuencia del virus en el oeste de África.
El pueblo en el que vive Ouamouno, Meliandou, se encuentra en medio de campos fértiles y árboles tropicales, al final de una ruta fangosa en la selva de Guinea.
En esta remota población de chozas y algunas casas de piedra sencillas nadie había escuchado antes algo sobre un enfermedad llamada ébola.
La vida pobre, pero pacífica en Meliandou, donde la mayoría de los 500 habitantes viven del cultivo del arroz, la mandioca, el maíz y las bananas, cambió de manera irreversible en diciembre. El pueblo se convirtió en el lugar en el que comenzó la epidemia del ébola, que se propagó rápidamente.
Emile fue la primera víctima. Murió el 28 de diciembre de 2013. Una semana después lo siguió su hermana Philomene, de cuatro años. Luego su abuela, su tía y, a fines de enero, su madre Sia, que estaba embarazada de cuatro meses.
Ouamouno perdió a seis miembros de su familia en menos de un mes por una enfermedad que creía era producto de la brujería. "Creía que el pueblo estaba en mi contra. Creía que toda mi familia iba a morir. Perdí toda esperanza", dijo, rodeado de sus tres hijos sobrevivientes.
Pero el ébola se expandió rápidamente en todo el pueblo. Se sucedía un entierro tras otro. Los cadáveres eran lavados. Luego los fallecidos eran velados y los familiares oraban, como es tradición en Guinea.
Por pánico, muchos habitantes abandonaron el pueblo, entre ellos también personal médico. Ellos sabían poco acerca de cómo protegerse, por lo que contribuyeron a que el virus se propagara por la región.
Entre los que huyeron también estaba el padre de Ouamouno, Fassinet. Este hombre de 47 años reunió a sus hijos y nietos y viajó más de 400 kilómetros en un miniautobús-taxi abarrotado hasta la ciudad Siguiri, donde permanecieron por ocho meses.
Recientemente, Fassinet retornó a Meliandou. También a él lo abandonó la suerte. "Aún existe un estigma enorme. En cuanto las personas escuchan que venimos de Meliandou, tienen miedo o se van corriendo. Creen que estamos infectados".
El conocimiento sobre el ébola se difundió lentamente. Las autoridades sólo alarmaron el 10 de marzo al Ministerio de Salud sobre una enigmática enfermedad con una alta tasa de mortalidad.
El 19 de marzo, el gobierno de Guinea confirmó el brote de ébola.
Investigaciones epidemiológicas determinaron luego cómo llegó el virus desde Meliandou a la localidad más cercana, Guéckédou, desde donde se propagó a otras zonas del país, informó la revista "New England Journal of Medicine".
Hasta el 22 de octubre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) registró 1.540 casos en Guinea, de los cuales 904 fueron mortales.
Sin embargo, la cifra de los casos no reportados podría ser hasta diez veces mayor, trascendió de círculos de las Naciones Unidas en la capital del país, Conakry.
Apenas se confirmó el ébola, ayudantes emprendieron el viaje de dos días de Conakry a Meliandou, para informar a los habitantes y enseñarles a evitar el contagio del virus del ébola.
De inmediato, los pobladores comenzaron a quemar todo lo que se encontraba en las casas de las personas que habían fallecido: colchones, frazadas, ropa, toallas y a veces hasta las herramientas que usaron en el campo.
"Las personas estaban locas de miedo. Quemaron las pocas pertenencias que tenían", dijo el jefe del pueblo Amadou Kamano y señaló las montañas de cenizas detrás de las chozas.
Al tener la información adecuada, los habitantes lograron contener la epidemia en un plazo de semanas. Sin embargo, para ese entonces, "el ébola había devastado a nuestro pueblo", se lamentó Kamano.
Hinde Leno perdió a ocho familiares. Primero murió su mujer. Ella tenía a su cargo la tarea de lavar los cuerpos para los entierros y los velatorios.
"Nuestras vidas cambiaron. Vivimos de luto", relató el padre de siete hijos. "Mis hijos están temerosos y se hicieron introvertidos. Duermen mal, tienen pesadillas", añadió.
Pese a las campañas de información, los habitantes siguen siendo estigmatizados. Los taxistas se niegan a llevar a pasajeros de Meliandou. Nadie quiere comprar productos de los granjeros de la región.
Por ese motivo, carecen de medios para adquirir productos necesarios, como por ejemplo aceite para cocinar, azúcar o, más importante aún, jabón.
Ouamouno también tiene poco que hacer actualmente. Varias horas por día escucha la radio roja a transistores, que le recuerda a su hijo. "Siempre que pasaban una canción, Emile bailaba", dijo. "Antes había tantos motivos para reír". (DPA)