Al director neoyorkino James Gray no le importa la crítica. Solo intenta, dice, ponerse en el alma de los otros y tratar de aportar algo al mundo. Descendiente de judíos huidos de Rusia en 1923, ve en la guerra en Ucrania un intento imposible de recrear el pasado y defiende abrir las puertas a los inmigrantes para enriquecer su país.