El espectáculo de este lunes 20 de agosto así lo demuestra. Un Andrés Manuel López Obrador, empoderado como nunca, en su propia cara le dijo a Enrique Peña Nieto que su “reforma educativa” es la primera de sus reformas estructurales que se va a la picota. Y en otro escenario, Elba Esther Gordillo aparecía por primera ocasión en público tras cuatro años y medio de detención, sometida a un proceso judicial.
En otras A Vuelapluma mencioné que la detención de Gordillo fue, no porque se constituyera como un dique para la reforma educativa o por su corrupción —que debió ser asÍ—, sino una acción dentro de la lucha de poder político porque el gran poder de quién se convirtió en la cacique del magisterio mexicano, pudo descarrilar la candidatura presidencial de Peña Nieto y la debacle del Grupo Atlacomulco desde 6 años atrás.
Palabras más, palabras menos, expresé en esta columna cómo Elba Esther Gordillo fue tejiendo una red político-electoral a través del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación que en 2006 se alió con Felipe Calderón para llevar al poder al panista michoacano, quien a cambio le entregó la administración de la Lotería Nacional y el ISSSTE, entre otros.
La Maestra operó entonces elecciones estatales donde miembros del PRI se encumbraron bajo las siglas de las alianzas PAN-PRD —y en algunos estados MC—, por ella promovidas con el apoyo del entonces presidente Calderón, como ocurrió en Oaxaca y Sinaloa en 2010, donde llegaron Gabino Cué y Mario López Valdez, así como en Guerrero y Puebla en 2011 cuando triunfaron Ángel Heladio Aguirre Rivero y Rafael Moreno Valle Rosas, respectivamente.
Además de esos cuatro estados, la intención era apoderarse del Estado de México para desde allí ser la gran electora y llevar a la presidencia a López Obrador o Marcelo Ebrard. Para 2011 el Grupo Atlacomulco pretendía imponer a Alfredo del Mazo Maza, pero Eruviel Ávila traía fuerza y también quería gobernar, por lo que inició pláticas para abanderar a la alianza PAN-PRD, lo cual puso nerviosos a los atlacomulquenses dueños del poder de la entidad que más votos genera.
Así que ante la emergencia hubo una operación múltiple del grupo Atlacomulco. En Gobernación, Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación y socio del posteriormente secuestrado Diego Fernández de Cevallos, firmó el pacto antialianza en el Estado de México. A Elba Esther Gordillo le ofrecieron la dirigencia del PRI para su aliado Humberto Moreira y postergaron un sexenio la llegada de Del Mazo Maza.
La narrativa de los tres párrafos anteriores fue el verdadero motivo de la encarcelación de Elba Esther Gordillo, porque con un Estado de México en manos de otro grupo que no fuera el Atlacomulco —como así sucedió por primera ocasión, pero con el ecatepense Ávila acotado de todo movimiento político—, la candidatura de Peña Nieto simplemente no hubiera caminado y el país habría cambiado hace seis años.
Es vox populi que en 2017 quien ganó la elección del Estado de México a través de Delfina Gómez fue López Obrador. Pero ni pio dijo porque ahí negoció el resto del país por la ínsula mexiquense. El grupo Atlacomulco no se podía dar el lujo de perder el centro de su poder. Y por lo que se ve, Gordillo —quien empujó a López Obrador con su aún fuerte poderío desde el magisterio—, fue parte de la negociación para no arrebatarles la concesión que les dejó Isidro Fabela.
Ahí está, también, la explicación de lo ocurrido tras la elección del 4 de junio de 2017. La imposición de un gris José Antonio Meade como candidato, los ataques jurídico-mediáticos en contra de Ricardo Anaya desde el Gobierno —por cierto, ¿cuándo detienen y procesan al panista?—, la aceptación del triunfo de López Obrador a primera hora de la noche y, entre otras cosas, la tersa transición en que nos encontramos.
Ah, claro, estamos frente a un futuro presidente empoderado, que está rescatando a sus aliados —¿el siguiente será Javier Duarte? —, pero que tampoco actuará contra la corrupción de Peña Nieto y su banda, pero que hoy le cobra afrentas, dejándolo en ridículo a nivel nacional.
A fin de cuentas, todos son lo mismo. Priístas al fin y al cabo. Uno, el que se va, del grupo Atlacomulco y el que llega, de la izquierda del PRI pastoreada aún por Luis Echeverría, pero con otro partido. La transición sólo cambió de lugar, fuera del PRI, ya no dentro como fue tradición hasta que en 1993 la rompió Carlos Salinas. Y al final de la historia, “un quítate tú para ponerme yo… y mis cuates”.