Entre la Sierra Mixteca y el volcán Popocatépetl, a más de 50 kilómetros de Puebla, se encuentra este poblado cuya tradición del Día de Muertos y sus magníficos altares atraen a vivos y muertos.
Los altares están compuestos por los elementos tradicionales, agua, sal, tierra, flores, imágenes religiosas, así como diversos objetos personales de los difuntos, aunado a sus alimentos preferidos.
Ello, con la creencia de que el 1 y 2 de noviembre las almas bajan al mundo de los vivos a compartir y celebrar la vida.
Estas ofrendas se distinguen por ser estructuras piramidales de entre tres y cuatro niveles colocadas generalmente en el recibidor de las casas, el primer nivel representa el mundo terrenal, donde se ubica la foto del difunto reflejado en un espejo, lo que significa el inframundo.
En tanto que el segundo peldaño es el cielo, en el que se pueden encontrar angeles y a la virgen, así como telas y luces que representan el cielo, en tanto que el tercer nivel simboliza la cúspide celestial, que es ocupado por un crucifijo, lo que le da presencia y un espectáculo visual al altar.
Durante los días 29, 30 de octubre y 1 y 2 de noviembre quienes perdieron a familiares durante el último año montan grandes ofrendas para recibir a los muertos, aunque en casi todas las casas esperan a los fieles difuntos.
Las familias que presentan las ofrendas monumentales preparan chocolate para recibir a las personas que visitan sus casas, el cual es acompañado con pan tradicional de la región, en algunas los visitantes son agasajados con atole, tamales y mole poblano.