Muchas veces "no tengo tiempo" admitió a Efe Rufino, que a sus 74 años mantiene intacto el empeño para hacer sus creaciones en el sencillo taller que instaló en la pequeña habitación donde vive en una alejada zona en el sudeste de La Paz y que está repleta de semillas de distintas especies.
Sobre una mesa en el taller están en orden los tucanes, monos, elefantes, osos, búhos, ñandúes y otras formas que destacan por su finura y que por la falta de espacio pareciera que se han trepado en las gavetas y paredes.
EL TALENTO DESCUBIERTO
La faceta de Rufino como artesano es reciente e inició cuando en 2014 ganó un concurso en Caranavi, un pueblo en la zona subtropical de Los Yungas de La Paz y algo que en 2018 le ratificó la Alcaldía paceña al reconocer su trabajo en la feria de Alasita.
En su juventud, Rufino mostró su resiliencia tras la muerte de sus padres aprendiendo cuanto oficio pudiese para mantenerse activo sea como albañil, pintor, fabricante de canaletas, cerrajero o agricultor.
"Mi esposo veía cosas bonitas (en la naturaleza)" al punto que a sus ojos, unas raíces expuestas se asemejaban a unas serpientes a las que apenas tuvo que dar forma y así es como "de la tierra sacamos esas cositas", contó a Efe su esposa Francisca, de 64 años.
Francisca, que se queja porque su vista ha empeorado, es la principal asistente de Rufino. Ella apoya preparando las semillas o afinando la superficie de frutos como el coco o el cacao para que luego él les dé una nueva vida.
LA TAREA DE LA CREACIÓN
"Nadie me ha enseñado (a tallar), (es) pura cabeza. Alguna señora me ha preguntado si he estudiado, no he estudiado, de por sí me entra la idea al corazón, a la cabeza y de por sí (lo hago)", dijo Rufino.
El trabajo lo realiza únicamente con un cuchillo para trazar los detalles y una sierra mecánica para trozos de madera más grandes. Así es como en sus manos una semilla de pino se convierte en un erizo o loro, el cacao en monos, búhos o gatos, y el tronco de cusi, un árbol amazónico, en osos o avestruces.
Los materiales se intercalan, puesto que algunos hongos sirven para las orejas de los elefantes y la fibra del coco para simular las pieles de monos o gatos, con unidades acabadas que pueden costar entre 2 a 70 dólares, según el tamaño o calidad.
Su creatividad llega al punto que puede realizar réplicas exactas de nidos colgantes, como aquellos que están en lo alto de los árboles que hacen algunas aves tejedoras.
Aunque es capaz de afinar el acabado de sus figuras, Rufino asegura que quienes compran sus creaciones prefieren lo "rústico" que emerge de las semillas de motacú, un fruto amazónico, mango, palmeras o durazno que se vuelven en animales que él mismo ha visto en el monte.
TRABAJAR HASTA EL FINAL
Cuando a Rufino se le pregunta cuánto tiempo más seguirá en esto, responde que lo hará "hasta cuando (ya) no pueda", pues necesita trabajar ofreciendo ese arte espontáneo en las calles paceñas.
"Cuando eres viejito no hay fuerza para cargar (las cosas) cada mañana, salir, bajar. A veces (me) caigo, hay cosas que caen al auto (o) me vence el cuerpo", reconoce Rufino, que tiene problemas para escuchar y duda sobre sus fuerzas.
A esto se suman las esforzadas incursiones al monte cada tres meses para recoger el material esencial, una tarea en la que se puede demorar hasta unas dos semanas.
Francisca dice que en lo que puede colaborar por ahora es en alternar la venta ambulante en algunos puntos de la ciudad, ya que les ha sido difícil conseguir un puesto fijo a pesar de los intentos de ambos por conseguir un permiso de venta por unas horas.
Aunque ambos han tenido cuatro hijos, ven que es difícil que alguno de ellos por sus ocupaciones continúe la senda que los dos han abierto y que no existan herederos de la técnica y el conocimiento que han generado.