Adaptada por Íñiguez, la pieza reúne a una serie de excéntricos personajes y con un aliento musical muy potente, con varias canciones originales de la época, adaptadas a instrumentos que tienen que ver con el cabaret y que son interpretados en vivo por los actores que integran el elenco.
En declaraciones para la Secretaría de Cultura, Alonso Íñiguez explicó que el estilo teatral de la obra, que estará en cartelera de jueves a domingo hasta el 3 de mayo, es bueno para el montaje porque permite jugar a las dualidades.
“Hay hombres muy maquillados que usan tacones y mujeres muy masculinas. Creo que esto remarca y afirma el discurso de Shakespeare”, consideró.
Los diálogos, abundó, tienen un subtexto muy interesante, lo cual hace que los personajes tengan pulsos más complicados que en otras de las obras cómicas de Shakespeare.
En la trama, una mujer llamada Viola naufraga en las costas de Iliria, un país desconocido donde la gente está fuera de sí y todos parecen estar embriagados de algo, ya sea de amor, de tristeza o de alcohol. Tal situación la obliga a esconder su identidad, disfrazándose de hombre para sobrevivir, pero su disfraz se vuelve su enemigo.
Con apariencia masculina y haciéndose pasar por un joven llamado Cesario, Viola pasa a servir en la corte del duque Orsino, quien está desesperadamente enamorado de la princesa Olivia, pero ella lo rechaza continuamente.
Orsino utiliza a Cesario para enviar mensajes a Olivia, pero Cesario, quien es Viola, comienza a enamorarse de Orsino mientras que Olivia, por su parte, se enamora del mensajero: Cesario.
Para Íñiguez, se trata de una comedia compleja porque no es tan frontal; es una historia agridulce donde varios de los personajes la pasan muy mal y todo mundo está sufriendo por amor.
Bajo la producción de Óscar Uriel y Rodrigo Trujillo, la puesta en escena cuenta con las actuaciones de Carlos Aragón, Majo Pérez, Salvador Petrola, Sofia Sisniega, Pablo Chemor, Adriana Montes de Oca, Jacobo Lieberman, Pepe Ponce y Antonio Alcántara.
Montar una obra de Shakespeare es un reto y un trabajo muy complejo, porque se tiene que ser claro y contundente en lo que se quiere decir, si no se quiere acabar perdido en el universo de Shakespeare, uno de los más vastos e insoldables.