Se trata de una escultura del personaje bíblico Moisés, concebida originalmente para ser colocada en la monumental basílica vaticana como parte de la tumba del Papa Julio II pero que finalmente fue ubicada en el templo de “San Pietro in vincoli”, a pocos metros del histórico Coliseo Romano.
De haber sido ubicada en el espacio para el cual había sido originalmente concebida, hoy por hoy sería una de las atracciones de San Pedro, y competiría seriamente con La Piedad, realizada antes por el gran maestro.
Encargada en 1505, el Moisés fue realizado entre 1513 y 1515. La Piedad data de 1499 y El David entre 1501 y 1504. Así, la estatua del profeta del antiguo testamento muestra toda la maestría de Miguel Ángel, quien ya había cautivado al mundo cultural de la época con sus grandes obras.
Pero los cambios políticos de la época hicieron que Julio II (1443-1513), conocido como el “Papa guerrero”, no reposara finalmente en San Pedro, como era su voluntad. El Moisés era en realidad una de varias esculturas comisionadas por él para su tumba, destinada a convertirse en un exuberante monumento funerario.
Ambicioso noble, procedente de la familia della Rovere, Giuliano (como era su nombre original) empujó algunos de los trabajos arquitectónicos y artísticos que transformaron a Roma.
Elegido al papado en 1503, se convirtió en un gran mecenas, protegió a artistas como Rafael y Miguel Ángel Buonarroti a quien, además de comisionarle las esculturas, también le encargó la fastuosa decoración de algunas paredes en la Capilla Sixtina.
A su muerte, el monumento ordenado para contener a sus restos no estaba terminado. El artista apenas había concluido el Moisés de un total de 47 estatuas que debía tener el mausoleo. Algunos de los bloques de mármol a medio tallar se conservan en el mismo Museo de la Academia de Florencia donde se encuentra el David.
Por este motivo, la familia della Rovere decidió ubicar los restos del Papa en “San Pedro ad vincula”, una basílica construida a mitad del siglo V.
De acuerdo con la tradición, ese templo fue un regalo de la emperatriz Eudoxia al Papa León I para custodiar allí las cadenas con las cuales fue encarcelado San Pedro en Jerusalén.
Formado por una planta en tres naves divididas por 20 columnas, la Basílica de San Pedro encadenado está adornado con frescos de Giovanni Battista Parodi, siendo el más representativo el ubicado al centro y que lleva por nombre “El milagro de las cadenas” (1706).
Además, allí se pueden admirar dos lienzos realizados por Giovan Francesco Barbieri “Guercino”, dedicados a las santas Agustina y Margarita; un monumento al cardenal Girolamo Agucchi de Domenico Zampieri, “Domenichino”.
Así como la “Deposición” de Cristoforo Roncalli, “Pomarancio”, un retablo situado en una de las capillas y el sepulcro de Nicolás de Cusa (1401-1464), considerado como el padre de la filosofía alemana, que fue obra de Andrea Bregno.
Ubicada en una zona alta de Roma, frente a una antigua plaza, la Basílica de San Pedro encadenado fue construida para permanecer buena parte del día en penumbra.
Esto ocurre también con la estatua del Moisés, que fue tallado de medio perfil y en posición majestuosa, sentado en un gran trono, con las tablas de la ley bajo de uno de sus brazos mientras con la otra mano se acaricia una larga barba.
La imagen manifiesta tal realismo que el artista italiano Giorgio Vasari (1511-1574) llegó a asegurar que la misma parecía más “obra de un pincel que de un cincel”.
Ante la perenne penumbra, ya se ha convertido en una costumbre que para admirar la estatua los turistas y curiosos dejen una donación en una columna de metal contigua. Cuando se escucha el ruido de la moneda caer, los visitantes deben apurarse para tomar sus fotografías, porque pocos segundos después indefectiblemente volverá la oscuridad.