Investigadores del INAH, refieren que la escultura que servía para inmolar humanos en Tenochtitlan, fue removida de su lugar original en tiempos prehispánicos. En el ciclo de conferencias por los 35 años del hallazgo de la Coyolxauhqui, se dio a conocer la presencia de sangre humana en cajetes y navajillas de obsidiana, hallados en agosto pasado.
Durante la conferencia Contextos rituales frente al Templo Mayor. Ofrendas de consagración y de clausura, dictada por investigadores del PAU —en el marco de la conmemoración por el 35° aniversario del hallazgo del monolito de Coyolxauhqui— se dieron a conocer algunas hipótesis de por qué se cree que la piedra mexica, hallada en septiembre de 2012, no fue encontrada en el sitio donde era utilizada para inmolar.
De acuerdo con los especialistas, este tipo de piedras era utilizado en tiempos prehispánicos para colocar a una persona de espalda sobre ella, con dirección de oriente a poniente, y una vez recargada, era sacrificada abriéndole la caja toráxica para sacar el corazón.
Las arqueólogas Estíbaliz Aguayo y Berenice Jiménez, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), refirieron que de acuerdo con la iconografía en códices, los sacrificios siempre se hacían en espacios abiertos, lo que no coincide con el sitio donde se descubrió esta piedra o techcatl (en náhuatl), que estaba junto a un muro.
Indicaron que al tomar las medidas de esta piedra y compararla con el primer techcatl —hallado entre 1978 y 1982—, se encontró que el largo de ambos es de alrededor de 40 cm, sin embargo, la espiga (base) de cada una varía.
La espiga de la primera mide 55 cm y está enterrada en un piso prehispánico, lo que le daba firmeza al efectuar un sacrifico, mientras que la base de la piedra recién hallada solo posee 12 cm aproximadamente, lo que indica que su base se rompió al ser removida de su lugar original, y con ello perdió su función, “es poco probable que así hubiera soportado el peso del inmolado y las personas que lo sostenían”, explicó Estíbaliz Aguayo.
Las arqueólogas del PAU mencionaron que actualmente la Universidad Nacional Autónoma de México realiza estudios en la piedra de sacrificios para determinar si existe evidencia de sangre humana; de igual forma, las expertas del INAH continúan su investigación para poder dilucidar a qué estructura estuvo asociada, en qué ceremonias fue utilizada y en honor a qué deidades prehispánicas.
Estíbaliz Aguayo y Berenice Jiménez detallaron que dicha pieza monolítica se relaciona directamente con cinco cráneos tzompantli localizados debajo de ella, “como parte de una compleja ceremonia que incluyó sacrificios humanos, la colocación de tales cráneos en uno de los siete tzompantli que existían en el Recinto Sagrado de Tenochtitlan —según los descrito por fray Bernardino de Sahagún— y finalmente, el enterramiento de todos los materiales”.
“Por lo general se inmolaba a cautivos, esclavos o “imágenes”, que eran individuos personificados como dioses, que fungían como recipientes de ellos”, explicó la arqueóloga Berenice Jiménez.
“Luego del sacrificio —agregó Estíbaliz Aguayo— se hacía un tratamiento post mortem, que consistía en el desollamiento y descarnamiento para hacer uso de los huesos; en este caso, los cráneos descubiertos fueron sometidos a cortes en los parietales para colocarlos en el tzompantli, luego de algún tiempo fueron retirados del muro y expuestos a calor para quitar el músculo, y finalmente fueron enterrados”.
Por su parte, María García Velasco, investigadora española quien ha efectuado los estudios de antropóloga física a los cráneos, mencionó que a partir de los primeros estudios de morfología y desgaste dentario realizados, dos de ellos pertenecen a hombres de entre 18 a 30 años, y los restantes a mujeres de entre 18 a 25. También se encontraron huellas de corte en el parietal, producto de la eliminación de masas musculares y perforación por percusión para hacer los orificios para colgarlos.
“Se localizaron —añadió— huellas de raspado en la parte frontal de las cráneos, consecuencia del acto de desollar; asimismo, de acuerdo con la coloración blanquecina y textura del hueso, se puede saber que fueron expuestos al calor para desprender la carne que les quedara, porque por ejemplo, las mandíbulas debieron tener algo de tejido para mantenerse unidas a sus cráneos durante la exposición en el tzomplantli”.
También en la conferencia, la arqueóloga Lorena Vázquez Vallín, del PAU, informó sobre seis cajetes y ocho navajillas de obsidiana, descubiertos en agosto y septiembre pasados, que quizá fueron ofrendadas a la plataforma circular conocida como cuauhxicalco (correspondiente a la etapa constructiva IV del Templo Mayor, 1440-1469) “tal vez con la intención de que la construcción durara y se mantuviera”.
Los estudios hechos a tales piezas, por la doctora Patricia Guadarrama de la UNAM, arrojaron la evidencia de sangre, que según fray Bernardino de Sahagún, era ofrendada para recibir de los dioses algún don o favor.
A partir de documentos históricos, escritos por los cronistas Diego Durán, Bernardino de Sahagún y Toribio de Benavente “Motolinia”, y bajorrelieves de banquetas e imágenes de piedras labradas, se llegó a la conclusión de que las navajillas fueron utilizadas para autoinflingirse, pues el autosacrificio servía para aumentar la fuerza interior del practicante o purificar alguna trasgresión.
Finalmente, la arqueóloga Rocío Morales y la antropóloga física Perla Ruiz se refirieron al hallazgo de un entierro —registrado en mayo de 2012— correspondiente a la etapa constructiva IV de Templo Mayor (1440-1469), conformado por 1789 huesos humanos (dispuestos en conjuntos según la tipología), un esqueleto articulado y una pequeña olla de barro.
Según los primeros resultados antropológicos, el mayor número de huesos correspondió a extremidades; además se identificaron 10 cráneos, ocho de ellos con deformación. “En algunos de los huesos se encontraron evidencias de deficiencias nutricionales y de tuberculosis, así como periostitis y patologías dentales como caries y fluorosis”, finalizó la antropóloga.
El ciclo de conferencias por el 35° aniversario del hallazgo del monolito de la Coyolxauhqui, concluirá el próximo 2 de marzo, con la ponencia Conservación y restauración de hallazgos arqueológicos en la Plaza Manuel Gamio, que ofrecerán las restauradoras María Barajas, Lucía Alatorre y Patricia Campos. La conferencia será dictada en el Auditorio “Eduardo Matos Moctezuma” a las 10:00 horas. El Museo del Templo Mayor se ubica en la calle Seminario No. 8, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Entrada libre.