Una veintena de personas se introduce dentro de una de las 32 cápsulas del London Eye en cuestión de segundos. Mientras la noria sigue en movimiento -a 26 centímetros por segundo-, un par de empleados se despiden con la mano de los visitantes y aseguran el cierre del 'pod'. Es un proceso rápido, casi robótico, pero medido al milímetro.
La idea del London Eye ('Ojo de Londres'), inicialmente bautizada como 'Millenium Wheel' ('Noria del Milenio'), se fraguó en 1993, como una candidatura del joven matrimonio de arquitectos David Marks y Julia Barfield para un certamen que buscaba una nueva construcción histórica en la capital británica con motivo del inicio del nuevo milenio.
El proyecto de la noria no resultó ganador. De hecho, todo el concurso quedó desierto, pero los arquitectos confiaron en que tenían una buena idea entre manos y, seis años más tarde, lograron hacer realidad su proyecto. Lo que empezó siendo una estructura temporal para un lustro, cumple 25 años y en 2024 renovó su licencia de forma vitalicia.
"Todavía tengo que pellizcarme a mí misma. Es increíble que haya estado aquí durante tanto tiempo y que siga siendo popular, que la gente siga queriendo subir... pero creo que es un testimonio de la propia Londres realmente", confiesa Barfield en una entrevista con EFE.
Desde la cápsula número 33 -en sustitución de la 13, por superstición-, la arquitecta recuerda que, si bien su esposo insistió en que el diseño debía ser una noria, ella lo convenció para cambiar su idea original de situarlo en Hyde Park a su localización actual, en diagonal al Parlamento británico y su archifamoso Big Ben.
"Si dibujas un círculo alrededor del área metropolitana de Londres y buscas el centro, es justo aquí en la ribera sur del Támesis", dice Barfield, que comenta que la noria, además, conmemora el lugar en el que se albergó el 'Festival of Britain' en 1951 y está sobre el río, por lo que el transporte de las piezas más grandes de la estructura era más fácil que por tierra.
Reto arquitectónico
Barfield recuerda que el mayor desafío que les planteó el diseño durante su construcción fue el doble vidrio curvado que recubre las cápsulas, pues asegura que el principal objetivo de la pareja de arquitectos fue intentar hacer la estructura lo más ligera posible, tanto en lo ingenieril como en lo visual.
"Sabíamos que iba a ser grande, pero no queríamos que dominase, sino que fuese una pequeña adición al perfil urbano de Londres", relata.
Hoy en día, la silueta de la ciudad no se entendería sin la circunferencia del London Eye, protagonista indiscutible de los fuegos artificiales que dan la bienvenida al año nuevo y testigo de momentos históricos como los Juegos Olímpicos de 2012, donde la atleta Amelia Hempleman-Adams subió con la antorcha a su punto más alto.
Ahora, tras un cuarto de siglo, quiere seguir sumando efemérides y el director general del London Eye, Robin Goodchild, mira al futuro pensando en cómo mejorar la experiencia del visitante introduciendo tecnologías y efectos visuales, pero sin dejar de lado el principal atractivo de la atracción: sus vistas.
"Lo que no queremos hacer es que la gente mire las vistas a través de su teléfono. Lo que queremos es que las vean con sus propios ojos a través del cristal", añade.
Goodchild asegura que el London Eye es apto incluso para la gente que teme a las alturas, pues es el lugar perfecto para superar ese miedo: "Estando aquí de pie apenas puedes sentir el movimiento, pero puedes observar estas impresionantes vistas y sentirte relajado".