"Arte Liberata 1937-1947" narra la "acción heroica e inteligente", como la define el comisario de la muestra, Luigi Gallo, desempeñada por estos hombres anónimos para conservar, en fortificaciones, sótanos y domicilios, pinturas de Piero della Francesca, Botticelli, Tiziano y Luca Signorelli, entre otros maestros.
"Su coordinación extraordinaria fue lo que permitió traer hasta el presente el patrimonio artístico", asegura a EFE Gallo.
En 1937, Italia, que cimentaba su patriotismo en el arte, vislumbró dos amenazas: el interés de la Alemania nazi por hacerse con las grandes obras europeas y la progresiva escalada militar, con armas cada vez más destructivas.
Como prueba de ello, la exposición abierta hasta el 10 de abril en las Escuderías del Palacio del Quirinal, la sede de la presidencia de la República italiana, muestra en su primera sala el "Discobolo Lancellotti", una apreciada réplica de la escultura homónima de Mirón que fue cedida a Adolf Hitler en 1938 y permaneció en Mónaco hasta 1948.
Entre las grandes obsesiones del "Fürer" sobresalía inaugurar un gran museo en Linz (Austria), que reuniera en suelo nazi las grandes obras de arte de la humanidad, adquiridas a precios irrisorios.
Así, ya antes de la guerra, Italia se convirtió en un destino obvio para la realización de ese sueño, pero Hitler, a pesar de contar con la simpatía de Mussolini, encontró resistencia dentro del propio régimen fascista.
Cuando no contaron con el beneplácito de las autoridades italianas, los nazis negociaron con anticuarios italianos como Eugenio Ventura, un florentino que cedió 16 obras del siglo XV a cambio de una colección de cuadros de Monet, Renoir, Van Gogh y Cézanne, expoliadas a familias judías.
Alarmados por estos dudosos intercambios, historiadores y directores de museo comenzaron a reclamar una estrategia para proteger el patrimonio artístico, idea que se convirtió en necesidad después de que la invasión de Polonia por parte de Hitler en 1939 demostrara que el conflicto armado iba a causar una devastación sin precedentes.
"La I Guerra Mundial fue un conflicto de trincheras, alejadas de las ciudades, pero con el desarrollo tecnológico de la bomba anticipan que el conflicto llegará a las ciudades", comenta Gallo.
Entre las figuras clave para esta labor, la exposición destaca a Pasquale Rotondi, un funcionario italiano que salvó más de 10.000 obras de arte aprovechando la arquitectura del fuerte de Sassocorvaro (en la región de Las Marcas, centro), donde llegaron trabajos de todos los rincones de Italia.
La "Madonna di Senigallia" de Piero della Francesca, la "Immacolata Concezione" de Federico Barocci y "Crocefissione" de Luca Signorelli son algunas de las pinturas que protegió Rotondi, quien dejó escrito en sus diarios los pormenores de su cometido.
Tras el colapso del régimen de Mussolini en 1943, el funcionario retiró las etiquetas de todas las cajas y, así, cuando los militares nazis descubrieron el fuerte, ordenaron abrir una al azar que contenía cartas y salieron del enclave convencidos de que no contenía nada de valor. Una combinación de astucia y fortuna salvó el principal depósito de arte italiano.
"La muestra no solo enseña estas obras de arte, también cuenta su historia", detalla Gallo.
El comisario no ha evitado incluir fracasos como el de Florencia: bajo la dirección de Giovanni Poggi, la ciudad-museo por excelencia decidió ocultar sus obras de arte en refugios ubicados en los alrededores de la Toscana y todos ellos fueron descubiertos por los alemanes.
Con el final de la guerra, el desempeño de agentes como Rodolfo Siviero, enviado a la Alemania nazi como historiador del arte y espía para Italia, fue fundamental para que las creaciones volvieran a su tierra natal, como fue el caso de la sensual "Danae" de Tiziano, la última pintura "liberada" que cierra la exposición.