Solidaridad, esa palabra trillada, revive en la urbe, cuya población se aglutina más precisamente donde hay más riesgos. Llegan con palos, picos, agua, tortas, pan, frutas. Bajan de camiones con medicinas, entregan cubrebocas, invitan un vaso de agua.
Los ángeles de pronto andan en motocicletas y bicicletas, y llevan a los jóvenes de un punto a otro con el sólo deseo de ayudar, aún cuando muchas veces se escuchan los avisos de “no más cuadrillas”.
Entonces, se reorganizan y se dirigen a otro sitio, para decir “¿en qué ayudo?”.
Las sirenas de los bomberos, de la Cruz Roja, de la policía no dejan de sonar. La marcha de la gente tampoco para.
Por hoy no hay distinciones por cómo vistes, ni de tu nivel académico, ni de edades. Por hoy se olvida todo para apoyar a los afectados, a limpiar una casa, una capital, que es de todos.
Por hoy, estamos unidos en una sola voz: “A levantar la casa”.