“He diseñado mi propio curso adaptado, de cinco días y entre 60 y 80 horas”, dice a Efe David Brymer, un médico de combate con experiencia en los ejércitos de Estados Unidos e Israel que colabora con la escuela y ya ha enseñado a salvar vidas en el frente a más de 1,400 militares y civiles desde el comienzo de la guerra.
Con su propia formación y lo que ha visto en el teatro de operaciones del este de Ucrania, Brymer ha encontrado una fórmula para “dotar a la gente de forma metódica y en un tiempo limitado de las habilidades que necesitan” para dar una oportunidad de sobrevivir a los militares que caen heridos en combate.
“Debemos ser especialmente proactivos en los primeros pasos del tratamiento”, explica Brymer sobre la importancia de la intervención de sus alumnos, cuya capacidad de identificar y empezar a tratar las heridas decide a menudo si quienes han sido alcanzados por metralla o sufrido quemaduras sobreviven o no.
MÉDICOS MOVILIZADOS
Esta iniciativa privada y sin ánimo de lucro surgió al comienzo de la invasión rusa, cuando el doctor y profesor de medicina ucraniano Alex Khyzhniak identificó, mientras enseñaba medicina táctica a nuevos soldados, que el ejército no tenía capacidad para instruir a todos los combatientes voluntarios que lo necesitaban.
“Cuando empezó la guerra me pregunté qué podía hacer por mi país y decidí enseñar a la gente a hacer lo que sé hacer, que es enseñar”, dice a Efe Khyzhniak, fundador y director del Centro Internacional para la Medicina Táctica de Kiev en el que trabajan Brymer y los demás voluntarios.
“Hemos juntado una gran comunidad de cirujanos, de neurocirujanos, de anestesistas, de pediatras”, dice este especialista en patofisiología sobre las decenas de voluntarios ucranianos que enseñan medicina de combate junto a sus compañeros extranjeros en la escuela.
Además de ofrecer cursos de distintos niveles para combatientes o personal de sectores estratégicos atacados de forma sistemática durante esta guerra, como el ferroviario o el energético el centro forma constantemente nuevos instructores para multiplicar su impacto.
“No rechazamos a nadie, sea civil o militar, pero damos prioridad a quienes van al frente”, señala Brymer antes de una de sus clases prácticas.
DE LA INGENIERÍA A LA MEDICINA
Una de estas instructoras es Nataliya Dudka, ingeniera de formación y profesional del sector de la construcción que cuando empezó la guerra rescató su vocación de estudiar medicina para especializarse, con un curso en EEUU, en el tratamiento de heridos de guerra y ayudar a su ejército.
“Recibo muchas llamadas de mis estudiantes desde la línea del frente para pedirme consejos o simplemente para decirme que reciben misiones y salvan vidas; estamos siempre en contacto y puedo ver que funciona y que vamos en la buena dirección”, dice Dudka a Efe.
Entre los alumnos está Alex Mulkevich, una chica ucraniana que trabaja en una organización no gubernamental que se ocupa del cuidado de ancianos.
Tanto Dudka como Mulkevich prefieren contribuir a la defensa de su país como civiles, lo que les permite decidir sobre la forma en la que ayudan con más flexibilidad que si se alistaran en el ejército.
“Quiero ir al frente y con este tipo de conocimientos puedo ser mucho más útil”, dice después de asistir a una práctica de evacuación y tratamiento urgente en el descampado que hay junto al edificio que alberga la escuela.