La comunidad internacional ha recibido la noticia con gran entusiasmo y muchas expectativas, si bien algunos se han mostrado cautos puesto que aún falta un acuerdo entre los talibanes y el Gobierno afgano, excluido del diálogo con EEUU, en un complejo país que aún funciona en base a las sinergias entre sus muchos grupos tribales.
Observadores y representantes de diferentes países, además de organizaciones internacionales, están invitados a asistir este sábado en la capital catarí a la firma del acuerdo, para el que Estados Unidos y el Gobierno afgano pusieron como condición previa una reducción de la violencia.
Esta medianoche se cumple el plazo establecido para ese descenso de la violencia que varias autoridades afganas han calificado de "significativo" y que pretende ser una prueba del compromiso de los insurgentes con la paz, así como de su autoridad sobre los diferentes comandantes que operan sobre el terreno.
Los últimos siete días han sido la gran prueba de fuego para el grupo fundado por el mulá Omar, cuyo régimen (1996-2001) cayó con la invasión de un Estados Unidos que entonces ardía de ira por la insistencia talibana de no entregar al fundador de la red terrorista Al Qaeda, Osama bin Laden, tras los atentados del 11-S.
UN LARGO PROCESO DE NEGOCIACIÓN
De esta forma culminan las negociaciones que comenzaron el 12 de octubre de 2018, que han sido guardadas celosamente de los flashes y los micrófonos, sólo anunciándose a última hora el inicio y la finalización de cada ronda de diálogo en el golfo Pérsico.
Por el momento, poco se conoce del texto que se firmará mañana en Doha, pero el representante especial de Estados Unidos para la paz, Zalmay Khalilzad, reveló el pasado septiembre un importante detalle: el pacto prevé la retirada en 135 días de 5.000 de los alrededor de 12.000 efectivos que Washington tiene desplegados en Afganistán.
A cambio, los talibanes deberán garantizar que el territorio afgano no sea utilizado para lanzar ataques contra otros países.
Según los insurgentes, el acuerdo supondrá también la liberación de unos 5.000 de sus prisioneros y la de un millar de miembros de las fuerzas de seguridad afganas.
Sin embargo, no han faltado los obstáculos y los sustos durante el proceso de negociación.
El pasado septiembre, el presidente de EEUU, Donald Trump, canceló abruptamente los encuentros en respuesta a un atentado en Kabul en el que murió un estadounidense, si bien el proceso se retomó a finales de noviembre tras una visita del dirigente a Afganistán.
LA PAZ, AÚN LEJANA
Aunque la rúbrica del acuerdo es un hito histórico, todavía queda por delante un largo proceso de negociaciones entre los talibanes y el Gobierno de Kabul para poder declarar la paz en Afganistán, un país que lleva décadas sumido en una concatenación de conflictos.
El Ejecutivo de Ashraf Ghani, que recientemente ha sido declarado ganador de las elecciones afganas por segunda legislatura consecutiva, llegará a la mesa de diálogo al borde de una crisis política, pues el segundo candidato más votado, Abdullah Abdullah, se ha negado a acatar los resultados.
Otro asunto que podría lastrar el proceso entre el Gobierno y los insurgentes es la formación del equipo negociador.
Por el momento, el Gobierno afgano se ha negado a ofrecer detalles sobre sus posibles miembros, pero partidos y políticos del país asiático ya han mostrado sus miedos a que se trate de una delegación escogida de forma unilateral y que no incluya una representación amplia del espectro político.