Es una especie de zona de acogida que tiene por objetivo transferir a los que tienen el derecho de asilo a otros países, y al mismo tiempo un lugar de detención para los inmigrantes ilegales que están pendientes de repatriación.
Pero actualmente en los países de la ruta de los Balcanes el concepto de hotspot parece que ya no tiene razón de ser. Esto es consecuencia del acuerdo entre la UE y Ankara sobre inmigración -que establece que los inmigrantes que llegan por esta parte de Europa tienen que ser deportados a Turquía si no piden asilo en Grecia- y de las consiguientes políticas "proteccionistas" de los estados que han llevado al cierre de fronteras.
El ex hotspot Vial, en Quíos, una isla griega del Egeo oriental desde donde se puede ver Turquía a simple vista, se ha convertido en un centro de detención en todos los aspectos. Se diferencia de una prisión clásica por el hecho de que aquí los internos están recluidos sólo por la noche.
Durante las horas del día se puede salir del campo y entrar libremente, pero es obligatorio volver al perímetro de alambre por la noche. So pena de arresto y detención en la comisaría.
De los tres mil inmigrantes bloqueados en Quíos, dos mil están en el centro de Vial. Las continuas protestas por las críticas condiciones del campo y las raras aclaraciones sobre los tiempos para la obtención del asilo desembocan a menudo en fuertes protestas por parte de los refugiados.
Los ánimos de la gente local han empezado a calentarse. "No los queremos aquí -dice Angelos, un camarero-, no hacen más que crear malestar. El turismo también se está resintiendo".
Los clientes de la barra, en su mayoría agricultores, asienten: "De nosotros, los griegos, ¿quién se acuerda? Es una guerra entre pobres, una guerra por la supervivencia. Pero nosotros somos europeos, deberíamos tener prioridad sobre la ayuda". Los hay que se han visto afectados por la ira de la gente del lugar.
Como Waddah, de unos 60 y natural de Alepo. Perdió a su mujer y a sus dos hijos en los bombardeos del régimen de Bashar al-Assad. Fuma nerviosamente, se quita la camisa y muestra los golpes que tiene en la espalda y el costado.
"Un agricultor me pegó bastonazos, pensaba que le estaba robando las manzanas, pero yo sólo estaba caminando y no sabía que eso era su campo. Llamó a la policía y me tuvieron en una celda durante tres días sin dejarme ver a un abogado ni hablar con nadie. Al final creo que se dieron cuenta de que no había hecho nada, me liberaron y me trajeron de vuelta aquí. Pero ahora me da miedo salir. Conozco a varios refugiados que han sido golpeados por los habitantes de la isla", cuenta.
En Vial la espera sigue en el interior de los contenedores blancos. Ahmed de Idlib, un sirio de 25 años, tiene las ideas claras: "Aquí pasamos días enteros conectados a Skype con la esperanza de concertar una cita para solicitar asilo, pero nadie nos responde. Nos dicen que tenemos que tener paciencia porque el personal escasea. Quiero volver a Turquía, y en cuanto tenga la oportunidad volveré. Mejor vivir en Turquía que quedarse aquí y esperar. Voy a tener que volver a ponerme en manos de los traficantes para que me lleven a Siria, gastarme el dinero, pero sinceramente prefiero las bombas a todo esto, es más digno".
Abbas, un chico afgano de 16 años, emprendió la ruta de los Balcanes solo. Originario de la provincia de Herat, empezó a trabajar con 11 años en una mina de carbón.
Una vida durísima, y, sin embargo, admite que prefiere los turnos en la mina a los interminables días de Vial: "Para llegar hasta aquí me gasté todos mis ahorros y ahora no sé si ha valido la pena. Nos tratan como animales, especialmente cuando nos sirven la comida".
"Los platos están siempre mal preparados, son siempre insuficientes, no se pueden comer. Los que no tienen ahorros para hacer la compra en el supermercado tienen que pasar con pan y agua", añade.
Mientras señala un cubo de basura lleno de bandejas de comida envueltas en celofán e intactas, Abbas dice: "Hace 18 días que estoy aquí. Es fácil decir 18 días, pero no es fácil sobrevivir aquí este tiempo. Cada día que pasa, la esperanza de poder llegar a Suecia, donde tengo algunos familiares, se desvanece un poco más. Temo el día en que perderé todos mis sueños y creo que llegará pronto".
A la sombra de un contenedor un grupo de chicos nigerianos se las han ingeniado para crear una especie de escuela para muchos niños sirios en el centro. "Les enseñamos inglés y les hacemos jugar –cuenta Prince, un cristiano de Abuja que antes de aventurarse a ir a Europa era taxista-".
"Cualquiera que sea su futuro, mejor construirlo ahora. Las autoridades griegas no nos dan ni siquiera los cuadernos y los bolígrafos, todo el material que tenemos lo han comprado los padres de los niños. Confiando en que un día llegarán a Europa Occidental, es justo que estos jóvenes tengan por lo menos las bases de una lengua difusa como el inglés. Les permitirá integrarse mejor", afirma.
Zeinab, una mujer paquistaní madre de tres niños, está muy agradecida a Prince y su grupo de maestros improvisados: "Huímos de la guerra sobre todo por la educación de nuestros hijos. La educación debe ser la prioridad porque, de donde venimos nosotros, si no vas a la escuela corres el riesgo de convertirte en terrorista".
Destaca que "los talibanes son nuestros peores enemigos, no ven con buenos ojos la educación. Estoy segura de que un día, tal vez en Alemania, mis hijos se convertirán en ingenieros, abogados, pilotos de avión, políticos. En resumen, todo lo que quieran".
Y añade: "Los medios de comunicación tienen mucho poder, pueden llevar nuestro mensaje a los gobiernos de los países europeos. Es muy probable que mis palabras se pierdan por el camino, pero hay que intentarlo. Europa, abre tu corazón a los refugiados, son personas que huyen de problemas graves. Hazlo y te encontrarás en casa a un pueblo agradecido ".