Los cohetes de Gaza dejan un reguero de miedos en Israel

Aunque mucho menos letales que los bombardeos israelíes en Gaza, los cohetes lanzados por los grupos armados de la franja alteran el día y día y llenan de temor a cientos de miles de israelíes.

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Unos hombres observan los daños causados por un cohete lanzado desde la franja de Gaza que impactó sobre un quiosco en el centro de Ashdod, en el sur de Israel, hoy, martes 20 de noviembre de 2012.

Los proyectiles de los últimos días contra Jerusalén y Tel Aviv han marcado la agenda informativa, localidades más pequeñas y cercanas a la franja palestina como Sderot, Ashkelón o Ashdod son el objetivo principal de los cohetes palestinos, tanto en tiempos de relativa calma como en estos de ofensiva israelí, en la que han muerto 127 palestinos.

En un conflicto tan marcadamente asimétrico como el que libra Israel -fuerza ocupante que cuenta con uno de los Ejércitos más poderosos del mundo- contra las milicias palestinas -con proyectiles de cada vez mayor alcance y cabeza explosiva pero a años luz del arsenal israelí en letalidad y precisión- la baza de los grupos armados de Gaza es la capacidad de infundir miedo.

Según datos del Ejército israelí, las milicias de la franja han lanzado más de 1,300 proyectiles contra el Estado judío desde el inicio de la operación Pilar Defensivo el pasado miércoles con el "asesinato selectivo" del líder del brazo armado de Hamás, Ahmed Yabari.

Sólo uno ha sido letal: impactó en una casa y segó las vidas de tres israelíes asomados a la ventana en vez de cumplir las órdenes de protección civil.

Además de refugios antiaéreos y sirenas inexistentes en la hacinada Gaza, Israel cuenta con Cúpula de Hierro, un sistema de defensa antimisiles que ha interceptado casi 400 proyectiles y descarta aquellos en dirección a descampados.

Los cohetes palestinos, en vez de muchos cadáveres, dejan un reguero de colegios desiertos, calles con escaso tránsito, sirenas antiaéreas y estallidos que desde hace años convierten la anormalidad en normalidad, sobre todo durante estallidos de violencia como el actual.

Las clases escolares, por ejemplo, están suspendidas a cuarenta kilómetros de Gaza.

En ese radio se encuentra la ciudad de Ashkelon, donde un centenar de hijos de trabajadores sanitarios (que estos días no pueden permitirse quedarse en casa) han sido llevados a una sinagoga ubicada en un sótano para jugar, corretear y colorear con la ayuda de voluntarios civiles y militares.

"Aquí abajo no se oyen las sirenas, lo que es muy importante desde el punto de vista psicológico", explica una de las cuidadoras, Etti Peretz, de 22 años y formación en cuidado infantil.

Peretz cuenta que los menores de cuatro o cinco años no entienden lo que está pasando, pero a partir de esa edad comprenden grosso modo por qué llevan una semana sin colegio.

Shahaf, de doce años -"y medio", puntualiza-, pelo largo y un balón de plástico siempre entre las manos, está contento del cambio.

"Me lo paso bien aquí. Estoy con amigos y es mejor que tener que ir todo el tiempo al refugio. Y estar en casa todo el día es muy aburrido", dice.

Su amigo Ori, cuatro años menor, le interrumpe para lanzar una propuesta: "Que cambien el sonido de la sirena porque el de ahora da miedo. A mí los cohetes no me asustan porque El Nombre (Dios) nos protege de ellos".

Unos quince kilómetros al norte de Ashkelon, en Ashdod, quinta ciudad del país con 270,000 habitantes y uno de los dos principales puertos del país, la población confía más en la información del Ayuntamiento que en la protección divina.

Allí se ha instalado un centro de atención telefónico con unos 25 empleados y voluntarios, incluidos reclutas, para responder a las preguntas y miedos que ha generado el incremento de los ataques.

En una urbe con numerosos israelíes cuya lengua materna no es el hebreo por haber emigrado de la extinta URSS, Marruecos, Argentina o Etiopía, la centralita atiende en ruso, español, francés, amárico y árabe, explica su director, David Dwash.

Como en todo Israel, la mayor comunidad de habla hispana en Ashdod es de origen argentino, con 4,.000 personas.

De las llamadas en castellano se encarga Lili Beijeldrut, bonaerense de nacimiento instalada en el país desde 2001 y coordinadora de inmigrantes de habla hispana en el consistorio.

"Más que temores, la gente tiene dudas porque, salvo los emigrantes de los últimos años, desgraciadamente la gente está ya acostumbrada a los cohetes y es muy responsable", asegura.

De hecho, las llamadas atendidas por Beijeldrut "eran sobre todo para decir que no se oían bien las sirenas en una zona o para preguntar qué organismos públicos estaban abiertos".

"Alguien -añade con una sonrisa- me preguntó incluso si había cine. Supongo que necesitaba airear un poco la cabeza".