Cuando en la mañana del pasado 31 de julio el líder de Al Qaeda se asomó a su balcón en una céntrica residencia en Kabul, un misil lanzado por un dron estadounidense acabó con su vida, según anunció al día siguiente el presidente de Estados Unidos, Joe Biden.
Los talibanes condenaron primero el ataque estadounidense en territorio afgano y luego se limitaron a decir que no tenían conocimiento de la presencia de Al Zawahiri en Kabul, sin llegar a confirmar en ningún momento la muerte del líder yihadista.
Ignorancia antes que reconocer complicidad fue también el argumento empleado en mayo de 2011 por las autoridades paquistaníes cuando Washington anunció que había matado en una operación especial, en una residencia próxima a la principal academia militar de Pakistán, al terrorista más buscado del mundo, Osama bin Laden.
Tras la muerte de Al Zawahiri, los islamistas y Washington se acusaron también mutuamente de haber infringido el acuerdo de Doha de febrero de 2020, en el que se pactó la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán tras dos décadas de conflicto a cambio de la promesa talibán, entre otros puntos, de no permitir que el país asiático volviera a convertirse en un refugio para terroristas.
Pero para los talibanes parece que el término "terrorista" no hace referencia a grupos como Al Qaeda, aliados de los insurgentes durante las dos décadas de guerra contra la ocupación de Estados Unidos con apoyo financiero y formación, sino al EI, convertido en el último año en la principal amenaza a la seguridad en Afganistán.
Ante este desafío, el Gobierno islamista insiste en dar una imagen de fortaleza, asegurando que la presencia del Estado Islámico en territorio afgano se ha reducido considerablemente y su capacidad de acción está muy limitada por las sucesivas operaciones talibanes.
El número de combatientes del EI en Afganistán "está cerca de cero" y "serán derrotados en el futuro. Los recientes ataques contra civiles inocentes muestran que están siendo derrotados", aseguró a Efe el viceportavoz del Gobierno talibán, Qari Yousuf Ahmadi.
Desde el Ministerio de Defensa también remarcan sus "logros", al fortalecer las fuerzas de seguridad afganas con el alistamiento de 100.000 militares y 180.000 policías, además de recuperar para el Ejército 60 aeronaves e intensificar "la seguridad a lo largo del país y en la frontera", explicó a Efe su portavoz Khurazem Shah.
Y es que con la caída del Gobierno en Kabul apoyado por la comunidad internacional también se desmantelaron las fuerzas de seguridad, a pesar de que los talibanes prometieron una amnistía entre las tropas, algo que muy pocos se creyeron y que más tarde se confirmó con las denuncias de ejecuciones extrajudiciales.
Un ex miembro de las fuerzas especiales afganas que se identifica solo por su nombre, Mohamed, explica a Efe que permanece oculto en uno de los barrios de Kabul menos frecuentados por los talibanes a la espera de encontrar una oportunidad para abandonar el país, incapaz de obtener un pasaporte al tener sus datos registrados.
Mohamed tiene su cuerpo repleto de cicatrices. Durante la ofensiva final de los islamistas, este miembro de las fuerzas especiales combatió por última vez a los insurgentes en el norte afgano, donde resultó gravemente herido e, inconsciente, fue dado por muerto por los insurgentes en el campo de batalla.
El militar despertó en un hospital, al que había sido llevado por unos aldeanos, y el pasado 22 de agosto, en el Afganistán ya controlado por los talibanes, fue dado de alta. Dice que si los islamistas le identifican, le matarán.
"Solo en la provincia de Baghlan sé de 13-14 personas (ex miembros del Ejército) que fueron capturadas por los talibanes. Los capturaron hacia la 1 de la madrugada en sus casas. Me lo dijeron sus hermanos, hermanas, padres", asegura.
DESCONFIANZA
Y es que muchos denuncian que el discurso talibán está plagado de medias verdades, con una amnistía que no es tal o tratando de rebajar la amenaza del EI o la magnitud de sus atentados, mientras víctimas de los yihadistas como la minoría chií hazara alza la voz de alarma.
"Lo único que podíamos esperar de los talibanes después de la toma del país era seguridad, pero también han fallado sobremanera en ese aspecto", lamentó a Efe el hazara Khalil Kazimi, que ha visto cómo su comunidad ha sido víctima de continuos ataques.
El pasado octubre, durante dos viernes consecutivos, la minoría chií sufrió dos atentados suicidas en mezquitas en la provincia norteña de Kunduz y en la meridional Kandahar, que causaron al menos 80 y 60 muertos, respectivamente, y más de un centenar de heridos.
Estos atentados fueron algunos de los más destacados contra esta minoría durante el último año, que sufrió sucesivos ataques a mezquitas y centros educativos, en los que varios activistas han sugerido con frecuencia que el número de víctimas era mayor al oficial dado por los talibanes, en su intento de rebajar la amenaza.
Solo durante las últimas semanas, la ONU, que suele mostrarse muy conservadora a la hora de aportar cifras de víctimas en atentados, elevó considerablemente la versión oficial de los talibanes, dando por ejemplo 19 fallecidos en un atentado en un estadio de críquet en Kabul, cuando los islamistas dieron horas después solo dos muertos.
La Misión de la ONU en Afganistán (UNAMA) anunció en un informe en julio que desde la llegada de los talibanes al poder habían contabilizado 700 muertes y 1,406 heridos en ataques contra minorías étnicas y religiosas cometidos en su mayoría por el Estado Islámico.
Pero las minorías no son las únicas víctimas del EI, que reivindicó ayer el asesinato en un atentado suicida en Kabul del conocido religioso talibán Rahimullah Haqqani, que había defendido públicamente el derecho de la mujer a la educación o el trabajo, y era un ferviente opositor del grupo yihadista.