De Oliver Twist a Harry Potter: la historia de los derechos del niño

¿Qué tienen en común Harry Potter y Oliver Twist? Ambos son huérfanos, sí. Pero además —con siglos de diferencia— encarnan el concepto de niñez en las respectivas épocas y sociedades de los autores que los crearon. Qué significa ser un niño es una idea que ha evolucionado a través de la historia para llegar a su versión actual, en la que los niños tienen sus propios derechos y el gobierno tiene el deber de garantizarlos.

La noción de derechos del niño es relativamente nueva pero aceptada ampliamente, y reconoce a los pequeños como individuos con derechos legales que son iguales ante cualquier ley o política. Su identidad e intereses son independientes de los de sus padres y vale la pena protegerlos. Tienen el derecho a recibir atención especial, incluyendo acceso a alimentos, educación, salud, vida familiar, recreación y protección de abusos.

Si los niños crecen sanamente en sus primeros años de vida es más probable que se conviertan en ciudadanos productivos. Por lo tanto, el rol del gobierno de garantizar el bienestar de los niños es una inversión a largo plazo en la sociedad, que complementa —o a veces compensa— las acciones de los padres. En América Latina, por ejemplo, los gobiernos han implementado programas sociales como pagar una asignación mensual por hijo a familias de bajos ingresos, ofrecer comidas gratuitas en escuelas públicas, o campañas de vacunación gratuitas.

El concepto de niñez ha cambiado mucho con el tiempo y en distintas culturas. El actual significado del término “niño” comenzó a desarrollarse entre los siglos XVII y XX, según el influyente libro de Philippe Ariès El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen (1960, primera edición en francés). En la sociedad moderna, en general se acepta que la niñez es una etapa de la vida con ciertos rasgos que son distintos a los de la infancia y la adultez.

Los primeros años de Harry Potter estuvieron llenos de sufrimiento y privaciones. El personaje de J.K. Rowling vivía con la familia de su tía (su tutora legal) y era tratado como un niño de segunda categoría. Pero cuando cumplió 11 años lo enviaron a la escuela; en su caso, para magos. El rol de la escolarización obligatoria en su vida concuerda con la idea moderna del deber de las instituciones estatales en relación al cuidado de los niños: le ofreció educación, alimento y vivienda, la posibilidad de practicar deportes, hacer amigos y crecer para convertirse en un adulto sano con las mismas oportunidades que los niños que fueron criados por sus propios padres, fueran ricos o pobres.

Esta idea de los derechos asociados a la niñez no existió desde siempre. En la sociedad medieval, a los 7 años los niños se comportaban —y eran tratados— como versiones pequeñas de los adultos. Debían trabajar y eran explotados sexualmente desde una edad muy temprana.

Durante la mayor parte de la historia humana, una proporción significativa de los niños no sobrevivía hasta la adultez. Según Ariès, esto fomentaba una indiferencia emocional por parte de los padres. El estatus moderno del niño se relaciona con menores tasas de mortalidad infantil, cambios en el sistema educativo y la aparición de una unidad familiar aislada.

A diferencia de la noción actual de los derechos del niño, históricamente los programas sociales han adoptado el enfoque de responder a necesidades, en el cual los niños son los beneficiarios de políticas y los gobiernos realizan acciones de patronazgo y caridad. Esta idea se originó en la Inglaterra isabelina en 1601, cuando, por primera vez, los niños pobres se convirtieron en responsabilidad de la parroquia o gobierno local tras la aprobación de la Ley de Pobres, un importante precedente de la protección infantil.

El énfasis en la importancia de la educación que predomina en Harry Potter se extendió durante el siglo XVIII, gracias a la visión del Iluminismo de que los niños debían ser educados para convertirse en buenos ciudadanos. El desarrollo de la escolarización fue esencial para definir una nueva idea de la niñez, ya que la escuela brindaba una transición entre la infancia y la vida adulta (Clarke, 2004).

Sin embargo, en el siglo XVIII la industrialización intensificó la explotación de los niños. Las nuevas fábricas y minas, sedientas de más trabajadores, llevaron a un marcado aumento del trabajo infantil, que incluía tareas peligrosas y condiciones laborales insalubres. Esto dio lugar a una noción relativamente nueva en el siglo XIX: el niño como objeto de la piedad o la caridad.

La literatura contribuyó a concientizar sobre la situación de los niños en aquel momento. Oliver Twist, de Charles Dickens, describió la situación de abandono y pobreza que padecían los huérfanos al cuidado de instituciones oficiales, en este caso la parroquia, antes de que el pequeño se escapara a las calles de la Londres de los años 1830, donde reinaba el crimen.

Una creciente cantidad de reformistas trabajaron para promulgar leyes para controlar las alarmantes prácticas de trabajo infantil. Aún en la atmósfera de laissez-faire de la Gran Bretaña victoriana, la niñez se consideraba un período de la vida que debía ser protegido y el Estado estaba obligado a intervenir en nombre de los niños (Lowe, 2004). Probablemente esta fue la primera vez en que el Estado aceptó la responsabilidad fundamental de proteger el bienestar de los niños.

Para fines del siglo XIX, la idea de que la niñez era objeto de las políticas públicas se había afianzado, allanando el camino para que el siglo XX se convirtiera en “el siglo del niño”. Surgió una visión clara de que el bienestar de los niños no es sólo una responsabilidad familiar: cada vez más, se considera una responsabilidad del Estado, que interviene en su educación, salud y crianza para mejorar el bienestar nacional al desarrollar a sus futuros ciudadanos.

Este cambio de paradigma es reflejado en algunos hitos para los derechos de los niños: la Declaración de Ginebra sobre los Derechos del Niño (1924), la creación de UNICEF (1946), la Declaración de los Derechos del Niño (1959) y la Convención sobre los Derechos del Niño, firmada en 1989 por 140 países.

Algunos de estos temas son tratados en la edición 2015 de la publicación emblema del BID, Desarrollo en las Américas (DIA), titulada Los Primeros años: el bienestar infantil y el papel de las políticas públicas.