Ese día, algunos seguidores de Trump aparecieron en Washington DC con camisetas negras ensalzando al dictador chileno (quien gobernó de facto entre 1973 y 1990) en toda una declaración de intenciones.
Sin embargo, más que pertenecer a un movimiento uniforme, los asaltantes eran una masa de lo más variopinta, movilizada por teorías conspiratorias y la ultraderecha.
"Hubo varias facciones implicadas en el intento de golpe al Capitolio. La mayor fue de partidarios conservadores de Trump que creían, al contrario de las pruebas, que hubo un fraude masivo en las elecciones de 2020. Se veían como defensores de la democracia estadounidense", explica a Efe Steven Gardiner, analista del centro de pensamiento Political Research Associates.
Estos manifestantes no planearon con antelación irrumpir en la sede del Congreso y se limitaron a seguir a los militantes de algunos grupos que se abrieron paso dentro.
QANON, UNA BATALLA CÓSMICA ENTRE EL BIEN Y EL MAL
La segunda facción fue de gente que cree en QAnon, una teoría conspiratoria que sostiene que las élites en el Gobierno, Hollywood y el Partido Demócrata forman parte de una "camarilla de pedófilos satánicos".
"En la visión de QAnon -ilustra el experto-, el expresidente Trump era una especie de figura salvadora, que iba a exponer a esta camarilla demoníaca y salvar Estados Unidos. Para ellos, el asunto iba más allá de unas elecciones robadas, era una batalla cósmica entre el bien y el mal".
El tercer sector fue la derecha paramilitar representada en organizaciones como los Proud Boys, los Oath Keepers y los Three Percenters, "con un plan para alterar el deber constitucional del Congreso de refrendar los resultados de las elecciones".
Pese a que su número fue menor, Gardiner considera que fueron quienes lideraron el asalto.
Tres tipos de manifestantes con un punto en común: una ideología de ultraderecha y una percepción de sí mismos como víctimas del cambio demográfico en un EE.UU. cada vez más diverso.
Desde la organización One People's Project, su director ejecutivo, Daryle Lamont Jenkins, y el resto del equipo, siguen a grupos extremistas y, en su opinión, el germen del asalto al Capitolio se remonta a la llegada a la Casa Blanca del primer presidente negro de la historia de EE.UU., Barack Obama (2009-2017).
"Cuando Obama fue elegido, escuchabas a una generación de conservadores dando vueltas al hecho de cómo permitieron que eso ocurriera", evoca Jenkins.
En ese sentido, puntualiza a Efe que "hay un tipo del movimiento Boogaloo (que llama a una insurrección violenta), llamado Paul Miller, que dice que la segunda guerra civil ocurrirá si la derecha no siente que puede ganar más elecciones nacionales y que verán el cambio demográfico como un catalizador de eso".
TRUMP AMPLIFICÓ LA VOZ DE LA ULTRADERECHA
Durante el mandato de Obama, surgió el movimiento conservador Tea Party, que contribuyó a promover un pensamiento radical de derechas, hasta que en 2016 Trump gana la Presidencia.
La profesora de la Universidad de Carolina del Norte Shannon Reid estudia el comportamiento de los más jóvenes en esos grupos extremistas y ve que Trump fue el presidente que "elevó muchas de esas voces", que hasta ese momento habían pasado desapercibidas.
Este tipo de organizaciones llevaban existiendo desde hacía décadas -en los 80 y 90 hubo un fuerte impulso del nacionalismo blanco-, pero gracias a demandas judiciales presentadas contra ellas se trasladaron a internet.
Con Trump se dio la "tormenta perfecta" para que volvieran a salir a la luz. El exmandatario "usaba una retórica que ha sido repetida y dicha por estos grupos, que han sido capaces de emplearlo como un símbolo. Es casi como que 'podemos ser mainstream (corriente mayoritaria) ahora", apunta Reid.
Jenkins pone como ejemplo las palabras de Trump "den un paso atrás y estén preparados", dirigiéndose a los Proud Boys, durante un debate de la pasada campaña electoral, cuando el moderador y su entonces rival, Joe Biden, le pidieron que condenara a los supremacistas blancos.
"Esto fue la señal para todos esos Proud Boys que estaban fuera escuchando y que decían 'de acuerdo, tenemos la aprobación del presidente', y por eso hemos visto la lucha, comenzaron a atacar a gente el 14 de noviembre tras una protesta (de seguidores de Trump en Washington)", indica.
La crisis de la covid-19 y la alienación que ha podido provocar en algunas personas han contribuido al auge reciente de estos grupos, que ofrecen al individuo una especie de comunidad que lo arropa.
DEL CAPITOLIO A LA ACCIÓN LOCAL
Con Trump fuera del poder y afrontando un juicio político, Reid no ve que esta clase de organizaciones vaya a desaparecer y augura que sus miembros más jóvenes, aquellos que están entre los 14 y 25 años, tomarán el asalto del Capitolio para mitologizarlo y transmitirlo de unos a otros, aunque no hayan estado.
"Mi preocupación es que a nivel local vayamos a ver que estos grupos intenten recrear esos momentos, ya que probablemente no tendrán los números para otro (asalto) al Capitolio, porque fue un momento que unió a muchos grupos", predice.
Pese a que la mayor parte de sus integrantes, especialmente los más jóvenes, están en estos grupos porque les dan un lugar de pertenencia, algunos tienen aspiraciones políticas.
El objetivo es simplemente y llanamente el fascismo. "Ni siquiera es ya el conservadurismo -lamenta Jenkins-, porque el fascismo les ayuda a regular la sociedad de la manera que ellos quieren, y eso incluye expulsar a gente de esa sociedad, bien por la fuerza o pacíficamente".
Un fenómeno, reflexiona, que no sólo afecta a este país, ya que es global. "Ocurre en todas partes, y definitivamente ha ocurrido en Latinoamérica, estos tipos con los que estamos tratando aquí en EE.UU. miran a Augusto Pinochet como inspiración".