Durante una audiencia pública ante unas ocho mil personas en el Aula Pablo VI del Vaticano, el pontífice explicó el “silencio de Dios” y la angustia del fiel que lo invoca sin obtener respuesta, al reflexionar sobre el pasaje bíblico del Salmo 21-22.
Sostuvo que -en ese escrito- el salmista inocente perseguido, circundado por adversarios que quieren su muerte, se siente abandonado por Dios e invoca su nombre constantemente, una situación desesperada en la cual no se renuncia a la esperanza.
“La angustia altera la percepción del peligro, agrandándolo. Los adversario aparecen invencibles, se han convertido en animales feroces y peligrosísimos, mientras el salmista es como un pequeño gusano, impotente, sin defensa alguna”, dijo.
“Cuando el hombre se vuelve brutal y agrede el hermano, algo de animal nace en él, parece perder toda semblanza humana, la violencia siempre tiene en sí algo de bestial y sólo la intervención salvífica de Dios puede restituir al hombre su humanidad”, agregó.
Según el obispo de Roma, pese a la invocación de su nombre Dios calla y su silencio lacera el ánimo de quien lo llama sin cesar. Su grito se pierde en el vacío y la solicitud se vuelve insostenible.
Añadió que el salmista lo llama “mi Dios” en un extremo acto de fe, no puede creer que el vínculo con el señor se haya interrumpido completamente y pide el por qué de un presunto abandono incomprensible, afirma que su Dios no lo puede abandonar.
“En la aparente ausencia de Dios como discípulos aprendemos a discernir la verdadera realidad de Dios más allá de las apariencias, el pleno manifestarse de la vida en la muerte, en la cruz, así pondremos toda nuestra confianza en Dios padre”, estableció.