Número ocho del mundo, Wawrinka se impuso por 2-6, 6-4, 6-2, 3-6 y 9-7 para avanzar a las semifinales, donde el jueves se medirá al checo Tomas Berdych, vencedor hoy del español David Fererer por 6-1, 6-4, 2-6 y 6-4.
"Es un campeón increíble, nunca se rinde, y estoy muy, muy, muy, muy feliz", resumió Wawrinka.
"Había perdido dos veces en cinco sets, pero estaba muy concentrado, me sentía muy bien", añadió el suizo de 28 años, que confesó que en el final del partido sintió "nervios".
A diferencia de lo que sucedió en 2013 en Australia y en el US Open, el primer set vio a un Wawrinka frío y errático, nada que ver con el que un año atrás había jugado un tenis muy cerca de lo que humanamente es posible y llevado al serbio a un 12-10 en el quinto set.
En el final, Wawrinka superó hoy al mismísimo tatuaje que lleva en su brazo izquierdo: "Lo intentaste alguna vez, fracasaste. No importa, intentálo de nuevo. Fracasa mejor".
Esta vez no fracasó. Se liberó del recuerdo de dos derrotas ante Djokovic que pudieron ser victoria y, por un día, fue más fuerte y más grande que su compatriota Roger Federer.
La noche había empezado mal para el suizo, pero tras el 6-2 de Djokovic, Wawrinka comenzó a despertarse, a activar ese revés a una mano con el que se es sencillamente avaro si apenas se lo describe como "perfecto".
La derecha del suizo también es un arma temible cuando funciona, y durante dos sets, lo hizo. Así, entre nervios en la cancha y rostros sombríos en un banco en el que destacaba su entrenador, Boris Becker, Djokovic -que no perdía desde septiembre y llevaba 25 victorias consecutivas en Australia- llegó al cuarto set temiendo lo impensable: la derrota.
Wawrinka sacó 3-4 y 40-0. Estaba a un paso del 4-4, pero perdió un par de puntos y Djokovic igualó estirándose para una notable devolución paralela de saque que el suizo dejó pasar y aterrizó mansamente en la esquina: 5-3 para el serbio.
Djokovic reaccionó como siempre lo hace en esos momentos: gritó como un animal salvaje, infló el pecho, amenazó con hacer estallar las costuras de su camiseta. Pasan los años, pero el método funciona, siempre afecta de alguna manera a los adversarios.
No demasiado a Wawrinka esta vez, que reaccionó poniendo dos veces a Djokovic en situación de break point. Pudo haber cambiado la historia de ese set y anticipado el final del partido, pero el serbio terminó llevándose el parcial con un ace y lanzando un nuevo grito en la fría noche australiana.
Dos sets para cada uno y una vez más la definición en el quinto. Con 40-15, Wawrinka no supo cerrar su saque y abrió el paso al break point con una volea fuera cuando tenía la cancha a su disposición. Más gritos de rabia de Djokovic al adelantarse 2-1 y su saque mientras en su banco suspiraban de alivio y volvían las sonrisas.
"¡Vamos!", gritó sin embargo Wawrinka instantes antes de devolver el quiebre para un 2-2 que dejaba todo absolutamente abierto.
Wawrinka volvió a salvar un break point en un tenso intercambio de 31 tiros. El partido siguió equilibrado hasta el 5-5 y 40-15 con el saque del suizo cuando un grito cortó la noche.
"¡Llueve!", le insistió Wawrinka al juez de silla español Enric Molina, que no lo había terminado de notar. El partido se paró por unos pocos minutos, pero el techo no llegó a cerrarse. En el regreso, un saque ganador del suizo puso el set 6-5 a su favor.
A esa altura hacía tiempo ya que Djokovic le dirigía miradas entre desesperadas y furibundas a su banco. Wawrinka, en cambio, se estiraba el cuádriceps. La durísima exigencia física comenzaba a hacerse sentir.
Y la mental tambien, porque mientras Wawrinka aguantaba, Djokovic flaqueó como casi nunca la sucede. Sirviendo 7-8 y 30-15 cometió tres errores consecutivos: una derecha, un intento de drop cruzado y una volea de derecha ancha le dieron la merecida victoria al otro suizo, el que siempre estaba a la sombra y hoy brilla como nunca antes.