Tras una visita reciente, Virginie Viard, directora creativa de la firma desde la muerte de Karl Lagerfeld en febrero de 2019, decidió reconstruir el claustro de este convento donde Chanel pasó parte de su infancia, en un orfanato de la congregación de monjas del Sagrado Corazón de María.
La estética monacal impregnó la colección primavera-verano 2020, que estuvo cargada de vestidos fluidos en la clave bicolor blanco y negro, un guiño a la vestimenta de las religiosas que influyó en la sobriedad que caracterizó el estilo de Mademoiselle Chanel.
Entre sábanas colgadas de tendederos, un jardín salvaje con huerto y auténticas plantaciones de tomates y lechugas, hiedra y romero se extendió por la nave central del Grand Palais, rodeando a una sencilla fuente de piedra que conformaba el decorado.
La modelo italiana Vittoria Ceretti abrió el desfile con un vestido recto por encima de la rodilla con manga larga en "tweed", el tejido por excelencia de la casa, cuyo dibujo se difunde entre cuadros blancos y negros.
Esta fue la tónica general de la temporada, donde dominaron vestidos que parecían más bien uniformes escolares, faldas ligeramente tableadas con chaquetitas abotonadas, cuellos marineros bordados con pedrería y encaje sobre piezas de "tweed" sobrias, en líneas generales, con discretos decorados de pedrería y brillantes.
Viard no dejó mucho espacio para la fantasía que suele aportar la alta costura, y pese a las referencias del decorado la línea fue mucho más terrenal de lo que Lagerfeld acostumbraba a presentar en sus casi 40 años de trabajo en Chanel.
La creadora, que fue su mano derecha durante 30 años, sigue apostando por la modestia, ha dejado de lado los grandes accesorios y el huerto de este martes parecía un juego infantil frente a aquella nave espacial que Lagerfeld introdujo en el Grand Palais, aquellas playas salvajes o la estación de esquí del último prêt-à-porter que creó para la "maison".
Incluso al saludar la francesa se sigue mostrando prudente: apenas avanzó unos pasos desde las bambalinas y agachó la cabeza con timidez, una actitud que no ayuda a despejar los rumores sobre que su paso al frente de Chanel será efímero y casi anecdótico.
Al margen de los trajes monacales, la colección incluyó una serie de vestidos con encajes de Chantilly en blanco y negro, confeccionados con escote palabra de honor, faldas rectas alargadas mediante tules transparentes bordados con pedrería y vestidos tipo gabardina con cuello mao y abotonados hasta el cuello.
En los accesorios, tan solo destacaron los zapatos, unos botines planos acordonados en blanco y negro, con la mítica puntera negra que Chanel introdujo para que los pies parecieran más pequeños, y un segundo modelo tipo botín con un poco de tacón y donde la caña del zapato se enrolla como si fuera un mocasín con calcetín.
El maquillaje fue discreto, en tonos tierra y rosados, así como los peinados, donde el cabello se llevó suelto y ligeramente ondulado o recogido en un moño bajo.
Cerró el desfile la modelo estadounidense Rebecca Longendyke, con un traje de novia corto, de manga larga y abotonado hasta el cuello, con cinturón blanco y falda tableada abierta en el centro.
Entre los invitados al Grand Palais, que en 2021 cerrará sus puertas durante cuatro años por renovaciones -lo que obligará a Chanel a buscar otra pasarela por primera vez en casi dos décadas-, no faltaron celebridades como el cantante Pharell Williams, la actriz noruega Kristine Froseth y la actriz japonesa Nana Komatsu.