'Aún mejor que la real' es el título de la Bienal de este año, que se abre al público el 20 de marzo, y entre los artistas participantes destacan seis latinoamericanos que echan la vista atrás para poner en valor su historia y reflexionar sobre las múltiples capas escondidas tras el abstracto concepto de la identidad.
"La identidad es multidimensional: puedes ser una persona de color, queer y discapacitado. La idea de la Bienal es analizar cómo pensamos a través de esas profundidades e inflexiones y reflexionar sobre cómo la gente está reconsiderando y repensando nuestra historia", explicó a EFE Meg Onli, una de las conservadoras de la muestra.
Un viaje en busca de la identidad propia
En sus obras, que van desde pinturas hasta tejidos y películas, los latinos abrazan sus raíces e indagan en su identidad, que va unida a su lugar de origen y a otros factores como su orientación sexual o su visión sobre los límites del género.
Así, la artista chilena Seba Calfuqueo cuestiona en la película 'TRAY TRAY KO' el concepto del género a la par que refleja la resistencia del pueblo indígena mapuche (presente en Chile y Argentina) ante el Gobierno, que pretende destruir sus tierras y usarlas con fines comerciales.
Del mismo modo, la dominicana Ligia Lewis critica los ideales eurocéntricos en el filme 'Una trama, un escándalo', grabado en Rimini (Italia) y en el que además cuestiona las ideas del célebre filósofo John Locke, que acuñó la frase 'Vida, libertad y propiedad' pero en su propia familia se benefició de la trata de esclavos.
El Whitney, dedicado al arte estadounidense, rompe barreras en esta Bienal y replantea los límites de las fronteras: "El museo siempre está cuestionando la definición de 'americano'", dijo a EFE la conservadora Christie Ellis.
"Queríamos construir algo con múltiples capas, y América Latina es una parte muy importante de EE.UU.", comentó.
Un vistazo al pasado
En este viaje con dirección a sus orígenes, casi todos los artistas echan la vista atrás y analizan su pasado, que en algunos casos incluye momentos de violencia, como se ve reflejado en sus obras.
Es el caso de Eddie Rodolfo Aparicio, hijo de padres salvadoreños, que expone en una gran escultura hecha con ámbar de árboles la masacre de El Mozote en El Salvador, donde la fuerza armada acabó con la vida de más de 1.000 personas.
El ámbar usado en la obra permitirá que, al final de la Bienal, esta se desintegre por completo, exponiendo papeles de periódicos y archivos en los que se relata la masacre, explicó Ellis.
Por su parte, la obra de Eamon Ore-Giron, de ascendencia peruana, también indaga en el pasado, pero esta vez centrándose en la religión: en 'Hablando mierda con mi cara de jaguar' reimagina a varias deidades de las culturas peruana y mexicana a través de una de las obras de Octavio Paz.
La cultura maya también tiene un papel en la exposición gracias a la película de la brasileña Clarissa Tossin, 'Antes de que los volcanes canten', a la que acompaña con réplicas impresas en 3D de instrumentos de viento maya precolombinos.
Muy distinta es la obra del mexicano Ektor García, que trata a través de varias piezas hechas con crochet, como 'teotihuacan' o 'cadena de vidrio', la colonización, la migración y el género.
Además de las obras de la Bienal, que podrán verse hasta el 11 de agosto, el museo también acogerá la actuación de la artista mexicana Debit, aunque aún no hay una fecha prevista para su 'performance'.
Experiencias compartidas
Más allá de Latinoamérica, la Bienal expone obras de artistas de otras partes del mundo que también reflexionan sobre su identidad volviendo a sus raíces y a los referentes que los precedieron.
La artista Tourmaline, de origen estadounidense, relata en su película 'Polinizadora' la historia de Marsha P.Johnson -una histórica activista trans por los derechos LGTBI que participó en la revuelta de Stonewal- y de su cortejo fúnebre.
Una de las piezas más llamativas de la exposición del Whitney es 'Ruinas del Imperio II', una réplica de la Casa Blanca que se hunde en el suelo de una de las terrazas del museo. Hecha con tierra y acero por la también estadounidense Kiyan Williams, la pieza simboliza la fragilidad de los poderes políticos.