La Acrópolis de Atenas, un lugar de ensueño en tiempos de pandemia

Hay lugares paradisíacos, donde la mente echa a volar. Suelen ser parajes remotos en plena naturaleza. Hay otros que podrían ser de ensueño si no estuvieran siempre abarrotados. La Acrópolis de Atenas es uno de ellos. El coronavirus ha hecho posible el milagro y ha convertido la roca sagrada en un paraíso inconcebible desde que existe el turismo.

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Es mediodía y la temperatura en Atenas ronda los 20 grados. En el paseo de Dionisio Aeropagitu se ve gente paseando. Las restricciones lo permiten, pero en teoría poco más. Nada más cruzar los tornos de acceso a la colina uno se percata de que todo es diferente.

A primera vista se divisan mas empleados que visitantes. Donde normalmente la atención se centra en evitar colisiones con otros turistas, ahora se va hacia las amapolas que están en plena floración y a la majestuosidad de todas las joyas arqueológicas que se plantan ante uno camino del Partenón.

Uno de los primeros encuentros es con el teatro de Dionisio (siglo IV a.C.), escenario de las grandes tragedias de Sófocles o Eurípides, por nombrar solo a dos de los gigantes de la antigüedad. Solo es un aperitivo de lo que viene después: el majestuoso odeón de Herodes Ático (siglo II), que no por menos antiguo es menos espléndido.

Es, en tiempos normales, el teatro por excelencia en los meses de verano. A pesar de su letargo actual -desde hace un año el mundo cultural en Grecia está dormido, salvo una breve y restringida pausa estival- se puede adivinar la potencia de su acústica. El canto de los pájaros que revolotean sin ser perturbados da fe de ello.

LA COLINA EN TODO SU ESPLENDOR

Ya llegando a la cúspide y donde en verano las colas de turistas apenas permiten poco más que estar atento a no dar un paso en falso en las resbaladizos escalones de mármol, los Propileos, el acceso occidental a la Acrópolis, construidos por el arquitecto Mnesicles en el cuarto siglo antes de Cristo, con su monumental pórtico, le reciben a uno con todo su esplendor.

Con tan solo un par de turistas, el ascenso permite detenerse las veces que haga falta y hasta entrar en conversación con las empleadas que guardan la sacra colina.

Irini, una de ellas, confiesa que esta situación un tanto irreal no es ideal, como tampoco lo es a su juicio la normalidad de las masas. Para el turista, dice, ahora es el momento. "Puedes fotografiar los monumentos sin que haya nadie en imagen, es todo ideal. Pero los que trabajamos aquí, a veces nos preguntamos qué hacemos sin nadie a quien informar o llamar la atención", confiesa a Efe.

Antes de la pandemia, la media de visitas diarias en primavera rondaba las 6,000 -en el pico veraniego son casi 15,000-, mientras que ahora son unas 600, la décima parte.

EL TURISMO TODAVÍA NO HA ARRANCADO

Los sitios arqueológicos abrieron el 22 de marzo, pero el turismo todavía no ha podido arrancar y viajar a Grecia requiere paciencia. De momento solo operan los vuelos a Atenas y Salónica y, salvo algunas excepciones, tan solo para pasajeros procedentes de la Unión Europea. Aun así muchos no se animan porque entrar a Grecia requiere de una prueba PCR negativa y una cuarentena de 7 días.

El Gobierno del conservador Kyriakos Mitsotakis se ha propuesto abrir al turismo a mediados de mayo, todo a pesar de que la situación epidemiológica no es precisamente la mejor, con una incidencia media de 300 casos por cada 100,000 habitantes.

El plan es abrir paulatinamente y con una serie de cautelas. Tan solo podrán esquivar la cuarentena los que presenten un certificado de vacunación o que han pasado la covid, y, además, una PCR negativa.

Aún con la apertura, se mantendrán las pruebas rápidas aleatorias a su llegada a Grecia.

Por ahora ni siquiera está claro si el turismo irá acompasado de la apertura de la restauración y la hostelería, dos claves para el funcionamiento del principal motor de la economía griega, que genera el 25 % del PIB del país.

EL MAJESTUOSO PARTENÓN

Ningún mortal, con excepción de algunos jefes de Estado para cuyas visitas cierran al público la Acrópolis, la ha visto como ahora, al menos desde que existe el turismo masificado.

Si ya en tiempos normales la Acrópolis impresiona, ahora el Partenón, las estatuas, los templos o las Cariátides se presentan superlativas. En medio de tanto silencio se entiende que este tipo de lugares se construyeran para rendir culto a los dioses o diosas como Atenea, la protectora de Atenas.

El Partenón lo ha sido todo a lo largo de su historia. Templo a la diosa, iglesia cristiana o mezquita musulmana. Ha sido destruido y reconstruido, y también vendido, al menos en parte.

A comienzos del siglo XIX, sus mármoles viajan al Reino Unido cuando el embajador británico del Imperio Otomano, Thomas Bruce, más conocido como Lord Elgin, -que se definía como un amante de las antigüedades-, consigue el permiso del Sultán para llevarse parte de las metopas y del friso interior del Partenón.

Para ello, lleva a cabo una operación de mutilación -manda arrancar gran parte del friso interior, cortar las metopas para separarlas del alto relieve- y se adueña de otras. Lo vende a su Gobierno por 35,000 libras y desde 1939 estas joyas se exponen en el Museo Británico, mientras que el Museo de la Acrópolis tan solo exhibe copias.

A día de hoy el tema sigue abierto como una de las grandes ampollas en las relaciones entre Grecia y el Reino Unido, cuyos ciudadanos, por lo demás, son grandes amantes de estas tierras que año tras año convierten en uno de sus destinos vacacionales predilectos.