Eso es altamente preocupante; “estamos jugando a la ruleta rusa con el único planeta que tenemos”, y si la temperatura sube a esas escalas, lo que no ha pasado en millones de años, habrá consecuencias catastróficas. “No va a desaparecer la humanidad, pero sí la civilización y la sociedad como las conocemos”, sentenció el científico.
Cambiar ese rumbo es posible y a un precio muy reducido; es lo que deberían hacer los países, porque es altamente irresponsable que como sociedad, con base en ciencia bien establecida, se continúe tomando ese riesgo.
Luego de ser presentado por Jorge Vázquez Ramos, director de la Facultad de Química (FQ), Molina impartió su primera cátedra en esa entidad como Profesor Extraordinario de la UNAM. Ahí sostuvo que esa situación implica no sólo costos económicos, sino razones éticas y morales. “No podemos dejar a futuras generaciones un planeta donde sea más difícil tener una calidad de vida como la que tenemos hoy”.
El problema, remarcó, es global. Las sociedades emiten gases que cambian la composición química de la atmósfera y por eso el clima se modifica. Pero la mayor dificultad al respecto es que no se ha llegado a un acuerdo internacional, en buena parte porque el tema se ha polarizado políticamente y han habido campañas financiadas en Estados Unidos y Europa para desacreditar la ciencia del cambio climático.
Alrededor de esto, señaló, existen varios mitos: el primero es que los expertos no están de acuerdo. En realidad, hay un consenso extraordinario, donde más de 97 por ciento de los científicos coinciden no sólo en que el fenómeno ya se da, sino en que es causa de la actividad humana.
Otro es pretender que se trata de un problema para finales de siglo, si bien ya se presentan muchos impactos. Los extremos en el clima y las inundaciones se han podido asociar –estadísticamente en los últimos años y con base en documentación científica– con las emisiones de los gases de efecto invernadero.
Uno más es que los combustibles fósiles, tan importantes para el progreso de la sociedad, no se pueden dejar de usar. Lo cierto es que, no de forma repentina, pero sí se pueden sustituir por energías renovables, como la eólica o la solar, “y si se hace de manera inteligente le cuesta menos a la sociedad, mucho menos de lo que le costará si no se toman medidas”.
La física y la química del cambio climático están bien establecidas; no están en duda, reiteró. Empero, el clima es un sistema caótico y un tema complejo, por lo que resulta difícil predecir con exactitud qué sucederá. Pero sí se pueden calcular probabilidades y éstas indican consecuencias negativas si no se comienza desde ahora un cambio de rumbo.
Capa de ozono y luz UV
Antes, habló del caso de la capa de ozono. Gracias a su existencia, explicó, la vida como la conocemos pudo evolucionar. Al principio de todo, la química era distinta.
Ahora, si disminuye la cantidad de ozono en la estratósfera, llegaría más luz ultravioleta (UV) a la superficie terrestre, situación preocupante porque esa radiación es capaz de romper las moléculas de ADN.
Donde hay menos ozono, hay más radiación UV y, entre otras consecuencias, se presentan más casos de cáncer de piel entre la población.
El ganador del Premio Nobel de Química, junto con Frank Sherwood Rowland y Paul J. Crutzen, sostuvo que con su descubrimiento del efecto de los clorofluorocarbonos en la capa de ozono, con bases científicas y con apoyo de las Naciones Unidas, se pudo llegar a un consenso internacional.
El Protocolo de Montreal es un acuerdo donde se involucraron prácticamente todos los países para dejar de producir esos compuestos y sustituirlos por otros. “Es un ejemplo que demuestra que el planeta se puede poner de acuerdo, de que es factible resolver problemas globales”, finalizó.