Son los tenangos, como comúnmente son conocidas estas artesanías textiles que atraen por sus hilos, la combinación de colores y formas indefinidas. “Solo imaginamos las figuras”, dice José Modesto, quien ha elaborado estos magníficos bordados por más de 30 años.
San Nicolás es un pequeño poblado que pertenece al municipio de Tenango de Doria, una localidad Otomí-Tepehua que en su búsqueda impresiona porque es necesario transitar por un camino de constantes curvas, lleno de barrancas y cuantiosa vegetación, y el número tan reducido de habitantes -sobre todo mujeres y niños- contrasta con la cantidad de lienzos bordados cada día.
Sobre ellos, como lo expone el libro “Los tenangos: mitos y ritos bordados. Arte textil hidalguense”, de Carmen Lorenzo Monterrubio, la comunidad plasma con hilos y creatividad el testimonio de la historia y la cotidianidad de dicha región.
Esto porque los habitantes cuentan que en el paraje “El Cirio” y en las rocas ubicadas a espaldas del pueblo hay pinturas rupestres que sus ancestros dejaron y en ellas se inspiraron para dar vida a los tenangos.
Algunas de estas pinturas son poco visibles hoy en día porque se han deteriorado con el paso del tiempo, pero todavía pueden apreciarse de manera tenue algunas de estas figuras -gallo, perro, venado y víbora-.
Pese a ello, personas como la señora Faustina echan rienda suelta a su imaginación y, sin dificultad, toman un marcador de agua en color negro y deja correr la tinta sobre la tela.
Explica que primero dobla el lienzo en cuatro para que sirva de guía y el dibujo quede en el centro. “Es lo primero que ve un comprador cada vez que viene”, comenta mientras delinea un pájaro de dos cabezas.
“Por eso dicen que los tenangos son piezas únicas”, acentúa y, al mismo tiempo, sigue con el trazado de líneas porque, como una artista innata, mueve las manos conforme llegan a su mente los personajes “raros” de la flora y la fauna de su lugar natal.
Cuenta que a los 11 años empezó a dibujar porque le llamó la atención como lo hacía una señora. “Yo decía: algún día quiero ser así”, expresa contenta por lo afortunada que ha sido al ser de las pocas personas dedicadas a esta labor previa al bordado.
Señala que en esta comunidad hay 15 mujeres dibujantes y, entre ellas, también destaca el trabajo de tres hombres y una joven de 19 años de edad. “Me gustaría que animarán a los jóvenes porque si esto se pierde, ya no habrá bordado para los demás”, sentencia de manera inquietante.
Ataviada con un vestido de tirantes en color blanco y café, José Modesto narra que ella aprendió a bordar a los cinco años de edad y fue gracias a una de sus tías, quien le enseñó desde la forma más sencilla hasta la más fina.
Detalle que la diferencia radica en la puntada sobre la tela. “La idea es buscar que el hilo no quede parado ni chueco. Se tiene que acomodar bien y el bordado debe quedar cerradito; no nada más es bordar por bordar”.
Quienes saben identifican las carencias del bordado o reconocen el trabajo del artesano. Faustina ha puesto gran empeño y pasión para plasmar sus anhelos en cada mosaico de colores, pues su trabajo ha obtenido un primer lugar en un concurso local y lo ha colocado a la venta en distintas partes de Hidalgo.
Puntualiza que en repetidas ocasiones suele preguntarse a dónde han llegado tantas telas dibujadas o en qué los ocupan. La respuesta, abunda, llegó cuando comenzó a salir de San Nicolás para mostrar sus bordados realizados por días, semanas y meses completos.
Esto la ha entusiasmado para mejor cada vez más sus artesanías textiles y, al igual que otras bordadoras, ha cambiado los diseños, colores y formas por petición de las personas y para tener mayor variedad. “Al principio hacíamos caminos de mesa, manteles de cuatro metros, redondos, metros, cuartos, portavasos y cuartillo”, precisa.
Pero, indica, la gente (clientes o visitantes) ha pedido plasmar estos bordados en camisas, vestidos, bolsas, mochiles, monederos, cojines, colchas, cortinas y servilletas, entre otros textiles para el hogar. “Nos hemos dedicado a cambiar nuestro bordado y hacemos algo diferente”, resalta la mujer de 39 años de edad.
Sin embargo, José Modesto indica que es un trabajo “mal valorado” porque recibe poco pago por el tiempo dedicado y tantos años frente al lienzo blanco le ha afectado la vista, como ha sucedido con algunas de sus compañeras.
“Mi tía, la persona que me enseñó a bordar, lamentablemente quedó ciega porque durante el día acarreaba la leña o lavaba ajeno. Este trabajo lo hacía todas las noches con pura bombilla; había luz, pero evitaba usarla porque no tenía con qué pagar los recibos”, expone.
Para muchos, indica, es difícil tomar precauciones debido a las pocas
ganancias obtenidas y el dinero destinado en unos anteojos, por ejemplo. “Por eso me gustaría pedirles que valoraran un poco más nuestro trabajo”, insiste.
Tan solo un mantel de cuatro metros tarda entre cuatro y 12 meses en estar listo. “Tarda mucho porque lo bordamos a mano y nos pagan de dos a tres mil pesos. ¿Cuánto ganamos por día?”, ejemplifica mientras permanece al interior del lugar que servirá para exhibir sus obras.
Por esta situación, la bordadora manifestó su inquietud por instalar una casa de artesanía en San Nicolás. “La idea es atraer a la gente y hacer de manera directa la venta de los tenangos”, subraya.
Sin dejar de dibujar animales similares a un alebrije y una diversidad de flora en la tela, la señora Faustina deja notar la perseverancia que la distingue, pues anhela que sus tenangos viajen kilómetros para mostrarlo en otros países. “Para mí, sería un orgullo mirar uno de mis dibujos o manteles en otro país; eso me motiva a aprender más y hacer mejor las cosas”, acota.
La mujer emprendedora puntualiza que dos de sus hijos y su hermano viven en Virginia, Estados Unidos, y espera con ellos cumplir poco a poco ese sueño, al enviar varías prendas para ponerlas a la venta.
Con esta objetivo, Faustina se coloca sus anteojos y después inserta el hilo en la aguja para continuar bordando la obra que exhibirá en su próximo concurso; y quizá después engalane una mesa o sea parte de un cuadro en alguna pared.
En 2014, un grupo de artesanos conformaron la sociedad de Tenangos Bordados Textiles y obtuvieron la marca colectiva “Tenangos Bordados de Hidalgo” ante Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI), lo cual les aseguró la protección de la calidad de su trabajo.
Dicha marca colectiva aportó un valor agregado a sus artesanías y les abrió la posibilidad de ponerlas a la venta en los mercados locales y mundiales porque está legalmente respaldada.