No ha hecho falta aniversario alguno para que la obra del teólogo agustino vuelva a ser editada en un tomo que recoge su "Poesía Completa" (Madrid, Biblioteca Castro, 2021).
Gran humanista en la segunda fase del Renacimiento español, Luis de León nació en la localidad de Belmonte (Cuenca, 1527 o 1528, no se sabe con certeza) y murió en Madrigal de las Altas Torres (Ávila, 1591).
El volumen de la Biblioteca Castro consta de tres partes, según señaló el propio fray Luis en la dedicatoria a su buen amigo y valedor don Pedro Portocarrero: “En la una van las cosas que yo compuse mías. En las dos postreras, las que traduje de otras lenguas, de autores así profanos como sagrados”.
Son, pues, sus "Obras propias", sus "Traducciones e Imitaciones de Autores Profanos" (de Virgilio a Píndaro pasando por su querido Horacio), y sus "Traducciones de Autores Sagrados" (una selección de los Salmos y del Libro de Job).
El volumen excede las 400 páginas y cuenta con una introducción, erudita en extremo, de José Palomares, nacido en Linares, provincia de Jaén, por cuya universidad se doctoró en Filología Española.
“Las obras propias de fray Luis –explica a Efe el profesor– son las 23 odas recogidas en este volumen, pero la edición total suma 167 textos, puesto que debemos incluir esas traducciones e imitaciones sobre las que trabajó durante su vida”.
El libro arranca con el más famoso poema de fray Luis, la oda a la “Vida retirada”, compuesta por 17 liras (estrofas de cinco versos): “¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido, / y sigue la escondida / senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido!”.
El poemario luisiano incluye sus conocidas “Profecía del Tajo” y “Noche Serena” para acabar con “A la salida de la cárcel”; esto es, la prisión donde el agustino estuvo encerrado casi cinco años (marzo de 1572 a diciembre de 1576) por intrigas y envidias de sus enemigos, sobre todo dominicos.
Fray Luis se había atrevido a traducir la versión en hebreo –no la latina– del Cantar de los Cantares a la lengua castellana, algo prohibido por una Inquisición que quería conservar el poder del latín y la ortodoxia para mantener el vulgo a distancia.
Palomares considera que “no fue a prisión por ser de origen judío, sino por esas rencillas y envidias hacia un hombre que usaba un método moderno, un método filológico alejado de los cánones medievales”.
El agustino termina, pues, su poemario con esta hermosa décima: “Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado. / Dichoso el humilde estado / del sabio que se retira / de aqueste mundo malvado, / y con pobre mesa y casa / en el campo deleitoso / con solo Dios se compasa / y a solas su vida pasa / ni envidiado ni envidioso”.
Se cuenta que, cuando sale de la cárcel, el agustino regresa a la universidad para empezar su lección con las palabras: “Decíamos ayer” (en latín, “Dicebamus hesterna die”).
El experto filólogo de Jaén dice sobre ello: “Parece que se trata de una leyenda para ensalzar la virtud de fray Luis”, como si el agustino quisiera dejar a un lado su pasado y sus enemigos.
Quizá lo más insólito de su poesía, inédita hasta 1631, es que se publica gracias, nada menos, a la muy profana y pecadora mano de Quevedo.
Palomares recoge en su introducción lo que dice al respecto el filólogo José Manuel Blecua (padre): “Creo que en la historia de la poesía europea de los siglos XVI y XVII no se da el caso de que un gran poeta, que no editará su obra, publique la de otro admirable poeta que tampoco publicará su poesía”.
Con Quevedo, el catedrático de Salamanca fue muy celebrado por otros ilustres de los siglos áureos como Cervantes o Lope. Y ya en el XIX, Leopoldo Alas, Clarín, cita el poema “Noche serena” en La Regenta y confiesa en otro lugar “haber llorado, así como suena, saboreando con el alma la poesía de fray Luis de León”.
“Hablamos –acaba diciendo el profesor José Palomares– del primer poeta humanista en lengua castellana”.