El ganador de mbaapat, el torneo del pueblo que corona la temporada de la cosecha, gana una vaca o una cabra. Pero los mejores luchadores se enfrentan entre sí en escenarios muy importantes, como el estadio Léopold Sédar Senghor de Dakar, con capacidad para 60 mil asientos, y con millones de personas siguiéndolo en directo por la televisión.
Los mbeurkatt (luchadores, en wolof, la lengua más hablada en Senegal) ganan decenas de millones de francos CFA. En pesos, se habla de bolsas que oscilan entre los dos y los cinco millones.
Originariamente, el laamb se utilizaba como un rito de iniciación y como un ejercicio preparatorio para los guerreros. Pero con el tiempo también fue una forma de cortejo, una demostración de fuerza y virilidad y, finalmente, una competición.
Los aspirantes a luchadores son seleccionados cuando son poco más que niños en los pueblos y en las ciudades y se curten en los gimnasios. En los primeros años aprenden un tipo de lucha tradicional de África occidental que no incluye golpes sino sólo empujones.
Luego aprenden algunos conceptos básicos de boxeo, especialmente puñetazos directos.
Los encuentros constan de una primera fase de estudio -dura unos pocos minutos en los partidos más igualados- y luego pasan en pocos segundos a la acción decisiva, que enciende las gradas. Gana quien saca del círculo a su oponente o lo echa al suelo en quince minutos.
Según sus amigos, Fuerza, el nombre artístico de Sekou Wade, es un gigante bueno. Con 35 años, casi dos metros de altura y 130 kilos de músculo, en 2005 fue campeón de laamb de Senegal y al año siguiente ganó el título continental.
Aún activo, actualmente Fuerza sigue siendo una celebridad. "Ver a dos niños luchando -dice mientras observa desde lejos una pequeña refriega entre niños- me hace sonreír. Es bueno que lo hagan, se desahogan”.
“De pequeño no hacía otra cosa que pelear, incluso con chicos más grandes que yo. Mis padres estaban desesperados, pero luego supe de la lucha y desde entonces concentré mis energías en el gimnasio", asegura.
Cuenta: "Cuando me fui de mi pueblo -continúa-, hace casi veinte años, elegí este barrio de Dakar, que se llama Medina, como mi nuevo hogar. Aquí todo el mundo me conoce y me sigue con gran afecto. Cuando disputo un partido siempre es una gran fiesta, una especie de recompensa por el duro trabajo que hago en los meses de preparación”.
“Me entreno tres veces al día: al amanecer en la playa hago un par de horas de actividad aeróbica y luego vuelvo a casa a dormir; al mediodía en el gimnasio practico movimientos de combate durante más de una hora y luego voy a comer; por la tarde hago pesas en el gimnasio junto con otros luchadores profesionales", dice.
La apretada temporada de laamb no tiene un calendario fijo: hay citas regulares -como el característico encuentro de fin de año, cuando el estadio Senghor de Dakar está sistemáticamente lleno- y después combates, organizados por los mánagers y de los que se pueden sacar grandes beneficios.
Actualmente el laamb es una peculiar mezcla de tradición y modernidad: maratones televisivos, ceremonias tribales y largos desfiles antes del combate, portadas de revistas, multitudes de admiradores.
También coreografías vistosas y coloridas dedicadas a los mbeurkatt, atletas que llevan trajes antiguos y amuletos pero que luego conducen grandes coches y escuchan música rap, y, finalmente, los marabú, los hechiceros/sanadores que a menudo acompañan a los luchadores.
Como muchos mbeurkatt , Fuerza también lleva amuletos alrededor de su cintura. "El laamb -explica- tiene tanto de patrocinadores y sudor en el gimnasio como de vudú y gris-gris (talismanes). A cambio de dinero los marabú te aconsejan sobre los talismanes que tienes que llevar”.
“Yo todavía recurro a mi primer marabú, que vive en el pueblo donde nací. Cuando tengo un combate hace un largo viaje para asistirme, para mí su ayuda es fundamental. No lucharía nunca sin él. Es también gracias a mi marabú que hoy mantengo a toda mi familia y mando dinero a mi pueblo continuamente. Me ha hecho fuerte y rico", enfatiza.