El próximo 10 de diciembre, la abogada de 62 años entregará la banda presidencial al ganador de la segunda vuelta que disputarán el 22 de noviembre su candidato, Daniel Scioli, y Macri, un millonario empresario que es jefe de Gobierno de Buenos Aires desde 2007.
La intención del oficialismo era ganar en la primera vuelta del pasado 25 de octubre, pero la sorpresiva elección dejó un empate técnico entre Scioli y Macri, más la derrota de Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete que fracasó en su intento de ser gobernador de la estratégica provincia de Buenos Aires.
Después de los comicios, la campaña de Scioli quedó envuelta en peleas internas, desconcierto y enojo ante la posibilidad de perder la presidencia, ya que obtuvo el 36.8 por ciento de los votos, lo que significa que el 67 por ciento de los votantes no quiere la continuidad del kirchnerismo.
La campaña de Macri, por el contrario, continúa en un clima de euforia, porque a pesar de que sacó apenas el 34.3 por ciento de los votos, puede capitalizar a su favor todo el voto antikirchnerista y lograr un triunfo histórico.
El fracaso de Scioli sería el fracaso de Fernández de Kirchner, porque fue ella la que eligió “a dedazo” la fórmula presidencial pese a que una parte de la militancia prefería una elección interna en la que pudiera postularse por lo menos otro candidato como el ministro del Interior, Florencio Randazzo.
La presidenta decidió que el abanderado del gobernante Frente para la Victoria sería Scioli, el gobernador de la provincia de Buenos Aires que siempre fue visto con recelo en las filas militantes que, en lugar de adherir a la campaña con entusiasmo, criticaron públicamente al candidato.
Con la postulación de Scioli quedó en evidencia una carencia fundacional del kirchnerismo, un movimiento que nunca formó a sucesores porque el proyecto de poder siempre estuvo centrado en el fallecido Néstor Kirchner y en su esposa y sucesora.
Después de que él murió, en 2010, y con ella imposibilitada legalmente para una segunda reelección en 2015, el kirchnerismo se quedó sin candidato con los suficientes niveles de popularidad para disputar el voto, condición que sí ofrecía Scioli hasta mediados de año.
La negociación implicó que Scioli aceptara como su compañero a la vicepresidencia a Carlos Zanini, uno de los personajes más cercanos a los Kirchner desde mediados de los años 1960, lo que garantizó el voto de la militancia, pero alejó a otros ciudadanos.
En el proceso de autocrítica después de la elección, algunos kirchneristas responsabilizan a la presidenta de los resultados porque se empeñó en mantener frecuentes y largas cadenas nacionales que provocaban fastidio en una gran parte de los ciudadanos.
A ello se suma un desgaste natural, pues el 10 de diciembre el kirchnerismo habrá acumulado 12 años, ocho meses y quince días en la presidencia.
El enojo de algunos militantes con la presidenta es, precisamente, que después de tanto tiempo en el poder, a lo que se suman los 12 años previos de Kirchner como gobernador de la provincia de Santa Cruz, no hayan logrado tener un candidato propio que “enamorara” adentro y afuera del kirchnerismo.
El empresario peronista y amigo de Scioli, Alberto Samid, fue uno de los primeros en culpar en voz alta a la presidenta, al decir que "más allá de que tuvimos muchos errores, nadie fue capaz de decirle a Cristina que con cada cadena nacional perdíamos 700 mil votos”.
Samid también cuestionó la decisión de Fernández de Kirchner de imponer como candidato a la vicepresidencia a Zanini, ya que “su presencia molesta, nos quita voto porque está el cuento de la oposición de que va a ser el gendarme de Cristina".
Randazzo, el ministro que quiso y no pudo ser postulado por el kirchnerismo, se sumó a las críticas y, en un tono de revancha, advirtió que “la presidenta ha decidido que el candidato sea Scioli y los resultados están a la vista".